lunes, julio 31, 2006

Paulo Leminski

versión LPÑ


leche, lectura,
letras, literatura,
todo lo que pasa,
todo lo que dura,
todo lo que duramente pasa,
todo lo que pasajeramente dura,
todo, todo, todo,
no pasa de ser caricatura,
tuya, mi amargura
de ver que vivir no tiene cura.

Aviso a los náufragos

Paulo Leminski

Versión LPÑ

Esta página, por ejemplo,
no nació para ser leída.
Nació para ser pálida,
un simple plagio de la Ilíada,
alguna cosa, que callada
regresa como la hoja a la rama,
mucho después de caída.

Nació para ser playa,
quién sabe sí Andrómeda, Antártica,
Himalaya, sílaba dolida,
nació para ser la última:
la que aún no nace todavía.

Palabras traídas de lejos
por las aguas del Nilo.
Un día, esta página,
será traducida
como un símbolo, para el sánscrito,
para todos los dialectos de la India,
y dirá “buenos días”,
como se dice un secreto;
tendrá que ser una piedra brusca
donde alguien dejó caer un vidrio
No es así que es la vida?

jueves, julio 27, 2006

Teoría y verdad

La ventana entreabierta es testigo de un corazón que se despoja. Aquí hay luz
para la mediatarde, una quietud que sobresalta. El cuerpo vive
en claroscuro bajo la piel. Una sirena, el chorro de agua
que cae del surtidor, las dos palmeras agitadas por el viento, son pálido oficio
del mundo contemplado. Por momentos, los ojos descubren
ráfagas de pies apresurados, rostros, manchas húmedas,
hojas caídas al asfalto. Un poco de blanco nos ata a este instante
de privada ebriedad. Sólo conjeturas. Lo fortuito
podría tener el rostro de una madonna de Caravaggio, o el tuyo.
Es tan simple esto.

domingo, julio 23, 2006

Hay demasiado naranja en esa tarde de invierno

p. ej.: ¿has visto el cuadro de Rothko
que vi aquélla mañana? Saltaba demasiado el iris
por la luz.
Todo podría ser cierto. p. ej.: una carrera de caballos heridos, un desfile
de cuadros excesivos, un yonqui en Nueva York,
que no es lo mismo que un homeless en Madrás y esa rubia que
se contonea en el televisor enseñando sus piernas largas (modelo). Está dicho:
el naranja en el cuadro de Rothko, son múltiples naranjas
sobrepuestos, o mi mano en la madera y una astilla que cae
y cae
en cámara lenta
al piso blanco. Aquí no ha pasado nada y hace frío.
Una naranja podría no ser una naranja
o:
1) dos mujeres desnudas
2) una imagen de Magritte
3) el humo de un cigarro reseco
4) un poema de Lowell
5) una naranja
¿Tú has visto ese cuadro del que hablo?
Quizá lo soñé, pero estoy seguro que sucedió hace poco, en invierno,
antes de leer a Libertella.
El árbol de Saussure.
Esta perplejidad es la conciencia. El miedo ejerce de pastor, pero no sabes más de ti que
un animal absorto sobre el agua
.
─Gamoneda.

Elvis Costello o la posibilidad de confusión

Este lamento tiene el rostro de un norte. Hay demasiado humo
y una canción triste que podría ser como una calle
lluviosa en Londres. ─Bagatelas─
No es extraña la nube y el índigo marítimo, no
es extraño tener una cicatriz
o un dromedario de mascota. Son tan solo
temas para después: una obra perfecta,
llena de sesudas comparaciones y figuras
de oropel y solemnidad. Grises anotaciones
como un dolor de hojas y la humedad del amanecer.
─Quien quiera entender, adelante.
(Aquí tendría que aparecer la neblina
pero es demasiado pronto para tanta confusión).
Sé que en el quicio de la casa
hay un barco de papel y quince horas
de trabajo. ¿Caerán pronto las damiselas provenzales?
Abrevio: una boina podría ser la quintaesencia
y puro amor: una bufanda
perfectamente colocada, casual, como si el frío; o una mascada
y rouge exacto no son la precisión
pero casi se cumple el rito.

lunes, julio 17, 2006

Inflexión

Un mundo hacia delante
como la voz. La inflexión radica en el gesto.
-El ficus aletargado, habías dicho. No escuche
venir a las gaviotas, pero sí puedo decirte
que encontré un rompevientos y algo de belleza. Me persiguen
por ahora los montes nevados. ¿Sabes los qué significan?
Como aquellos guijarros o la grava
al descender del auto en plena carretera. La inflexión
radica en el gesto. Las palabras estás vaciadas
y el vuelo de los ticuses. Te dije
que la mejor temporada
para recorrer estos caminos
es el de las lluvias. Mira el verde,
los campos asombrados por el agua,
los pequeños riachuelos. De estos caminos
admiro los robles, las largas extensiones
de los sembradíos. –Una nube, habías dicho,
falta a través del cristal. La inflexión
radica en el gesto. De pronto
cruzó la tortuga. –No la aplastes. Me persiguen
los montes nevados, la insólita belleza
de tu rostro.

domingo, julio 16, 2006

Canción de Tokio

Medio cuerpo, tan solo medio

cuerpo y alguna flor de loto o un estanque.

(Hay caballos frente al aeropuerto):

una película de Ozu. ─Blanco y negro, pálidos animales,

nubes del último otoño a la salida del bosque.

Hay un grupo de comensales entre los arbustos:

la nieve prolifera. ─El viento:

la escritura es un muro.

Alguna vez me recliné a recolectar arroz del sembradío:

largas planicies por donde cruza el tren:

─una película de Ozu:

sólo quietud. Ellos comen pescado de una bandeja.

(Cojines de satín y pies descalzos):

esta es una escritura visible del otoño, Tokio y los cerezos. La casa

de papel podría derrumbarse.

Es largo el aliento y el sol y las cosas:

caliento para ti el sake. Una cerilla encendida es mi amor:

una película de Ozu, Tokio Story. (Nada sucede en la familia).

─Caminé entre luces y vértigo. Podrías volver con el mensaje: “la bóveda del cielo tiene

una escritura fracturada”.

sábado, julio 15, 2006

Notas del cuadernos gris

La escritura como huida, la escritura como dejarse ir. Hay en Juan Carlos Bustriazo Ortiz (Santa Rosa, provincia de La Pampa, 1929), una escritura celebratoria, un ritual a la pampa. Erudición, inaccesibilidad. Extrañeza. Poesía de la extrañeza. Un hombre enloquecido, un baqueano que sabe orientarse a campo abierto, un ghenpín, un hechicero que pasa varios años de su vida recluido en hospitales psiquiátricos, dejando constancia de su escritura esquiza en libros de tirada reducida. Hay algo en su locura de fragilidad, de absoluta fulguración. Bustriazo Ortiz es la representación de la extrañeza, del mutismo, de la soledad.


Escribir tendría que ser recomenzar.

Escuché una historia en un bar. Escuché a dos hombres discutir desde sus silencios una historia incomprensible. Narrar. No estaba enamorado, dice uno, prefería mirar las montañas nevadas antes que hacer el amor con mi mujer. Su dinero lo gasté muy pronto, dice, en la ruleta. Ahora vivimos por eso en el campo, en su última propiedad y ella no dice nada, no reclama, no grita, sólo me mira y no le importa. Puedo llevar mujeres a la casa y ella se recluye, dice, pero una vez al mes, desde hace algunos años, tenemos un acuerdo tácito, dice, una vez al mes tengo que buscar un hombre, contarle la historia, invitarlo a la casa, frente a las montañas nevadas, dice, y entonces es cuando mi mujer aparece, un poco contrariada porque siempre es de noche y discutimos y nos violentamos y algo sucede, dice, invariablemente algo sucede, porque el hombre entra en su defensa y entonces tengo que dejarla con él, que la mime, que la acaricie, y me retiro y ellos terminan en nuestra habitación y yo los escucho desde la otra habitación, dice, escucho sus risas, sus voces en susurros, los gemidos, e imagino a mi mujer con ese hombre que no tiene rostro ni nombre, dice, y por la mañana habrá una sonrisa en el rostro de mi mujer o una mueca de disgusto. Le dije que no estaba enamorado, dice, la verdad no es esa, amo a mi mujer y hoy me espera.

A fines de los años cincuenta, Rodolfo Wilcock (Buenos Aires, 1919, Roma, 1978), huye de su ciudad para adentrarse a una vida y una escritura radical. Experimentación, lucidez, abandono. Escribe en otro idioma, se vuelve escritor de otra cultura y resiste como traductor. Antes había pertenecido a la revista Sur. Amigo de Borges, protegido por Ocampo, llegó a un hartazgo que lo hizo olvidar su escritura en español. Políglota, erudito, un hombre desgastado por el amor, Wilcock encontró en otro lenguaje la posibilidad de la huida y el reencuentro. Hay una historia sobrecogedora que leí hace tiempo de cómo murió. La he buscado entre mis papeles y es como si hubieran dejado de existir. No están más, pero en mi recuerdo persiste una imagen del escritor viejo, sin dinero, viviendo a las afueras de Roma, con una diminuta perra como único acompañante, y muriendo en la soledad. El cuerpo permaneció un tiempo hasta que fue encontrado por uno de sus amigos jóvenes, un escritor cuyo nombre se me escapa. La ruina de la escritura, el desapego. La muerte.

El relato es una puesta en escena. Teatro del mundo por donde se cuelan los vestigios de nuestra historia personal. Luces, extravíos, ausencia.

Es demasiado tarde para encontrar una solución a todo el alcohol ingerido. “El que bebe, dice Steve, intenta disolver una obsesión. No hay nada más bello y perturbador que una idea fija. Inmóvil, detenida, un eje, un polo magnético, un campo de fuerzas psíquico que atrae y devora todo lo que encuentra”. Ricardo Piglia.

Bebo porque es la única posibilidad de extravío.

Está el pintor de cuerpos que vive en Coyoacán. Sólo pinta cuerpos desnudos de mujeres jóvenes. Las embadurna, las ama de esa manera. Son paisajes, dice, son paisajes de otra constelación. En ellas encuentro un resquicio, dice, una puerta para saber que existo. Modelos, amas de casa, indígenas. Luego toma fotos para su colección particular con una polariod. Lo suyo es un diario visual de las mujeres que ha amado por un instante. Coloca las fotografías en un cuarto desnudo, sin muebles, solo las fotos colocadas ordenadamente en las paredes con chinchetas. Son miles, miles de mujeres anónimas para los otros. Es su propio museo, una bitácora del momento. No me interesa exponer, dice, es como si me expusiera a mí mismo, como si yo fuera carne de cañón. No, dice, no me interesa.

Dos poemas peruanos

10:30 am y un poco de reflejo


Son cuatro nubes evidentes
las que contienen tu rostro. Hay algo
de montaña y precipicio,
de resplandor o simple belleza
que escondida sobresale. Podría ver
la desnudez en la mañana
pero esto es cielo o quizá simples rastros
de Fra Angelico o Beuys
y las ruinas que descienden a los ojos.
¿Son estas piedras pájaros
o pumas? Quisiera evidenciar lo inevitable:
ignoro el nombre de estas flores,
de estos arbustos tan pequeños
y que me miran en silencio.





Un jardín


Venir de los hexámetros o preguntar por Miguel Ángel
tiene algo de evidente.
Quieres demostrar bajo este cielo
que no se escapa nada. Que la algarrobina,
el sáuco o la lúcuma
son palabras sorpresivas, o un simple sabor.
Que un colibrí
tiene algo de fijeza y rapidez;
que la lentitud promete evidencias más notables;
que los ruiseñores descienden
en busca de comida. Ve esa flor,
es “choclo de oro” y no hay trino
que no entienda, porque el lenguaje de los pájaros
tiene algo de silencio
y revelación.



Ollantaytambo. 20 de dic. de 2005

Carpinteiro

Los trabajos del pájaro carpintero
tienen algo de luz demorada. Un rápido
golpeteo en la rama altera todo el orden
que me pediste. Hay azules y morados
bajo nuestros pies. Cada golpe
del carpintero provoca un quiebre
en el mundo. Pudiéramos estar desnudos, dices. Bajo
los párpados sucede casi todo. El carpintero
no se oculta y busca lo frágil de la rama. Un poco
de escritura entre los cuerpos
y las gotas caen hacia tu espalda. Me quiebro,
dices mientras el carpintero barrena. Tan sólo
cinco nubes fotogénicas, una sombra
de flores alrededor de la banca. Podríamos
delimitar el espacio, la grama
o el tepe a cinco metros de nosotros.
Volvería a decirlo: Este abanico /
hay que tirarlo
(Basho). Y entonces
el carpintero me mira, lanza un picotazo
más fuerte: “La manera de respirar
que proviene de ti, tiene algo de golpe y sufrimiento”.
Tú deberías saber que estos naranjas
son únicos y que nunca estuve oculto. El carpintero
abre sus alas. Un gesto
ligero para que pase el aire. Deberías
saberlo. Esta escritura
proviene del abrazo.

jueves, julio 06, 2006

...cuando algo se ha ido, lo más verdadero es lo que nos deja, pues que es lo imborrable: su pura esencia.
María Zambrano

miércoles, julio 05, 2006

Breve ensayo de una relación íntima

Un hombre encuentra en su correspondencia una carta sin remitente. Le informan que tuvo un hijo hace veinte años y que lo visitará en los próximos días. Pero un poco antes de que él vea la carta, su pareja decide abandonarlo. Son dos situaciones cruzadas. La mujer le reclama que la carta es quizá de una amante. Pero no parece importar. Él lee la carta sin expresión alguna. Es un don Juan acabado. Hace un recuento de las mujeres que amó en esa época. Tiempo y memoria se entrecruzan en el inicio de Broken flowers, película de Jarmusch que recibí como regalo y que vi en cama un sábado a mediodía.
Hace mucho que no me impactaba tanto una cinta. Esa perfección no visible, ese tempo exacto para contar cada uno de los detalles (Nabokov decía que la historia está en los detalles). Me explico. En los poemas que leo, en la música que escucho, en las piezas que veo siempre busco que se de una modificación interna en mí, una alteración que me permita luego reflexionar sobre lo sucedido. También está el placer, claro. La seducción que proviene de la obra, su artilugio para sacudir.
Ver sin apenas gestualidad a Bill Murray recibir esta noticia me generó una sensación extraña. El personaje tenía una ebullición interna a punto de brotar, pero el actor sostenía esto con aparente facilidad. Esos gestos, esas acciones internas, esos movimientos tan sólo perceptibles –no debería llamarlos minimales– y de una elegancia absoluta me hicieron reconfortar de nuevo con la cinematografía. Mejor dicho, con cierta manera de contar. No es qué me haya alejado del cine. Soy un asiduo lector de imágenes. Tan sólo creo que Jarmusch encontró el punto exacto para contar las historias que le interesan. Todo encaja a la perfección, la puesta en cámara casi invisible, la música, la historia, las actuaciones.
Veía Broken flowers y no podía dejar de pensar en la alteración que sufría, como me sucede al mirar las películas de Wong Kar Wai. Sí, pero en otro sentido. ¿De qué manera se instalan las imágenes en tu espíritu? Recuerdo el texto de Sergio Pitol en donde cuenta su llegada a Venecia. Ha perdido sus lentes o no los encuentra y todo lo ve con ese halo casi fantasmagórico que asalta a los miopes y astígmatas. Ver lo nuevo o lo mismo siempre con otros ojos. A eso aspiro como lector, como escritor.
Broken flowers vino a recordarme, al igual que al personaje, cosas olvidadas, momentos. En mi caso relacionados con una vocación perdida, con archivos casi muertos, con algunas películas vistas y que fueron detonantes para ciertos poemas, para ciertas ocasiones que se volvieron memorables, para guiones nunca escritos. Recordar eso me obligo a recapitular en actos cometidos, en decisiones que me llevaron a ser lo que soy ahora. No mejor, no peor. Tan sólo un cúmulo de acontecimientos. Pero también me recordó mi tantas veces negativa a tener un hijo. Debe pasarle a muchos hombres de mi edad. Cercanos a los cuarenta, o a mitad de los treinta para el caso. ¿Qué sucede cuando se negó siempre esa posibilidad y de pronto, sin pretenderlo ni buscarlo, alguien decide ser padre? ¿Cómo enfrentar este suceso? Eso quizá es lo mejor resuelto del filme, por eso funciona tan bien una puesta en cámara sin ruido, sin pirotecnia. Habría que preguntarse cómo hubiera resuelto esta historia otro director, o cómo la hubiera escrito otro guionista, pero son simples especulaciones. Está lo que hay, no más.
Aún hoy, esta noche en que intento aclararme algunas dudas, vienen a mi memoria varias imágenes de Broken flowers. Se deposita en lo profundo de la conciencia con una delicadeza total, casi Chejov, casi Carver.
Hacer una comedia de semejante problema, es la mejor manera de enfrentarnos a nosotros los espectadores con lo que veremos en la pantalla de un cine o en la intimidad de nuestra habitación. Alguien busca un hijo. Un acontecimiento, encuentros con el que se fue. Con ese que fuimos algún día. Al igual de Murray o su personaje. Tiempo. Memoria.
Ahora que lo pienso, en realidad estoy tratando de explicarme yo mismo. La película es un posible diálogo. Hay una conversación generada frente a eso que llamamos cine. Quizá desde niño me acostumbré a dialogar con lo visto. Tiempo y memoria. Las primeras imágenes que conservo son elementales: una mujer desnuda conduce una motocicleta Harley Davison por una carretera desértica y solitaria. Lleva atado su cabello castaño con una cinta y sólo la cubren unas botas cafés que le llegan a las rodillas. Los tonos ocres son los que priman pero aún recuerdo la piel, el vello de los brazos de esa chica. Tengo poquísimos años, no más de tres y cubro mi rostro. ¿Por qué ese es mi recuerdo, por qué los colores, el vello del brazo, la forma del seno son la presencia, el vago soplo de la memoria? La literatura también engaña, el cine también engaña. Estoy sentado en una butaca inmensa, a mi lado, un tío joven voltea hacia mí y me pide que me cubra. Eso lo recuerdo. Quizá él me sacó de casa de mis padres sin permiso, no lo sé. La carretera. La mujer. El ruido de la motocicleta. La música de fondo. La desnudez. La tersura.
Luego me volví un fanático que veía varias películas al día –todavía no era la época de las videocaseteras o los dvd’s-, después de clase, los fines de semana, en cualquier momento y pretexto. No importaba si era una de Kirk Douglas y luego una de El Santo y después, por azares de la suerte, una de los Hermanos Marx. Los días más felices eran los domingos. Matiné, a comer a casa, y regresar por la tarde al cine al programa doble. Allí, en la sala oscura definí mi vocación por contar historias. Mi niñez tuvo una afirmada inclinación cinematográfica. Desde entonces guardo datos inútiles de nombres de directores, actrices, músicos, escenógrafos, año de filmación, etc. Puedo decir que bajo el techo del viejo cine Reforma, en mi pueblo, me enamoré de infinidad de actrices. Les fui infiel cada domingo. Quizá por eso acostumbro ir solo a ver una proyección. Siempre que se puede. ¿Quién recuerda una película hongkonesa de un supermán chino?
La vida y los filmes son un cruce de caminos. Sólo con una vocación enorme se puede continuar al otro lado de la valla. En lo más difícil. Accidentadas laderas, declives pronunciados. La vocación sortea todo, pero hay que cruzar esa vaya.
Cuando era adolescente quería ser pintor, escritor y cineasta. Dejé de pintar y dibujar muy joven. Un día, el lápiz que tomaba con tanta facilidad para hacer trazo decidió no obedecerme. Después, agobiado y sin pensarlo, quizá escuchando alguna canción de moda, descubrí que escribir era fácil, hacia allí me fui. Tengo presentes los primeros poemas, igual que los primeros guiones.
Luego también, un día, los guiones se fueron. Ya no me interesaba hacerlos. Me parecía que eran flojos, con obsesiones baratas e historias recurrentes. Debo confesarlo, mi espectro de historias fue el mismo: un escritor, una mujer, un problema. No sabía contar otras cosas. Quizá sigo sin saberlo.
Un hombre recibe una carta. Este es el primer elemento del guión. Hay sucesos. Un destino. Lo inevitable. ¿Cómo empezar a escribir para la pantalla? En la escuela casi todos buscaban ser directores. El reflector de frente. Por las mañanas, en medio de la modorra, aprendimos los rudimentos técnicos de quien sabía. Entonces comenzamos a fijarnos en lo no evidente. Allí Jean Claude Carriere, Richard Price, Enio Flaiano, Tonino Guerra, Paul Schrader, entre otros. Miradas e historias. Maneras de contar.
También di clases, traté de enseñar a escribir eso que yo no podía hacer o que lo hacía para convertirlo en poema. Durante años dividía mis gustos, los clasificaba. Por un lado Tarkovski, Woody Allen, Fellini, Buster Keaton o Bresson; por otro Scorsese, Wilder, Lubitsch, Visconti o Buñuel. Descubrí después, no mucho después, que en realidad lo que me interesaba era una poética, una visión que enlazara mis dos placeres: cine y poesía.
La belleza cinemática tiene un efecto envolvente, como el acto de leer poemas en voz alta. Hay un poder de encantamiento. Una seducción, lo dije antes.
La memoria trae retazos de lo ido. Flashbacks aleatorios. Mi último guión lo lancé a una caja. Ahí debe estar. No me arrepiento de haberlo escrito. Quizá ahora haría otra cosa. Mentira. Hay lo que hay, no más.
Un hombre recibe una carta. Enciendo el televisor para ver de nuevo ese inicio. Broken flowers. Quisiera no hacer gestos. Mantenerme impávido. No es posible. El pasado irrumpe. Hay algo en quien fui que no se ha ido. Aún me sigo asombrando con una película, con un poema. Con el rastro de cierta música que proviene de las palabras, con las imágenes que son palabras o lo fueron. Simples gestos. Escribo y por inercia o decisión queda mucho fuera. Busquemos otra escena. ¿Interior o exterior? Dejo que la cinta siga, quito el volumen, apago la luz. Un hombre recibe una carta. Hay tantas historias que podrían surgir de ahí. Fade out. Punto final.

martes, julio 04, 2006

Dos poemas portugueses

Duos corpos


Duas bocas descobrem
a claridade do desejo.

Em mim respira
a hora fugitiva
quando eu penso
em uma canção
do árvores e céu.

Duas bocas descobrem
a claridade do desejo.

Um idioma branco
e transparente
são teus olhos.

Duas bocas descobrem
a claridade do desejo.

O essencial do mim
está em seu corpo.
¿Cómo incendiar seu nudez?

Duas bocas descobrem
a claridade do desejo.

Os labios do ela olhan
minha boca.

Duos corpos descobrem
a claridade da nudez.




Assim


Na ferida aberta
do seu corpo meu corpo
é uma sombra.
Fala o porto,
falam os silêncios,
fala o rio,
fala minha face
de nós.

Quero ser otro
numa rua do mundo.
Fala o porto,
fala o rio.

Amanhã te direi as palabras:
chamo pátria ã o teu corpo
e o corpo late
na minha tristesa.
Fala minha face
de nós.

Nada mais delicado
que o teu coração
e o sabor das coisas.
Na ferida aberta
do teu corpo meu corpo
é uma sombra.
Assim.




Nota: estos dos breves poemas merecen una explicación. Los escribí para Giovanni Escalera, líder del grupo de música electrónica Sweetelectra, y aparecieron como letra de dos canciones del disco Lying to be sweet. El influjo de Lisboa es constante en ambos y quiero pensarlos como dos paisajes en homenaje a la ciudad. Sin proponérmelo aparecieron en ese rudimentario portugués y así decidí dejarlos. Aunque debo decir que me gustan mucho más sus versiones musicales.

Para un futuro artículo



Mientras Groucho toma una siesta habría que pensar en la amistad que sostuvieron el cómico judío y T. S. Eliot. Las cartas de uno a otro, las fotos autografiadas.

lunes, julio 03, 2006

Diré tu nombre para traerte, vendrás
por la raíz, por el humor
del tronco, por los círculos
de tus años, por las hojas
vendrás al cimbrearse
altos los que hablan de ti.


Olvido García Valdés