La ventana entreabierta es testigo de un corazón que se despoja. Aquí hay luz
para la mediatarde, una quietud que sobresalta. El cuerpo vive
en claroscuro bajo la piel. Una sirena, el chorro de agua
que cae del surtidor, las dos palmeras agitadas por el viento, son pálido oficio
del mundo contemplado. Por momentos, los ojos descubren
ráfagas de pies apresurados, rostros, manchas húmedas,
hojas caídas al asfalto. Un poco de blanco nos ata a este instante
de privada ebriedad. Sólo conjeturas. Lo fortuito
podría tener el rostro de una madonna de Caravaggio, o el tuyo.
Es tan simple esto.
1 comentario:
Saludos, León. ¿Para cuándo nuevos libros? Un abrazo.
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