sábado, septiembre 23, 2006

Mensaje en una botella a media tarde y extravío

Vejo o teu rosto quotidiano
como se a penumbra
tivesse olhos
ou como se as raízes pudessem ver
através da sombra

António Ramos Rosa

Viens dans mon visage.
Marguerite Duras

En medio de esta tarde los recuerdos transcurren ligeros, como el vuelo del gorrión que va de un árbol a otro. Van y vienen y aquí está tu rostro. Lo miro en la fotografía pero debes saber que lo busqué inútilmente desde hace años sin pensar que estaría aquí, con esta luz de verano cubriéndolo por completo. Hay una mirada, hay un gesto que conozco bien aunque no lo sepas, o quizá lo intuyes pero eso no importa. Importa esa mirada que me mira o al menos así quiero verlo. Me mira desde antes de mirarme. Estaba presentido que así tendría que ser porque busqué tu rostro sin saberlo. Lo busqué una tarde soleada en El Retiro mientras vagaba cansado y ausente: había unas parejas de enamorados diciéndose cosas al oído, riendo de tonterías, acariciando hombros, manos y un cielo transparente; me pareció verte en Tánger escabulléndote de mi mirada en las calles laberínticas del zoco, en medio de hombres con chilabas, de palmeras y ruido asordinado; en Praga mirabas desde el puente Carlos IV las aguas quietas de Moldava: sólo el reflejo del destello gris me avisó de tu presencia; en Ciudad de México leías bajo la sombra de un árbol en el Parque España; cruzaste en un barco el Bósforo y sólo lo supe tiempo después, cuando Estambul era una presencia, unos apuntes en un cuaderno perdido entre las pilas de libros y los fantasmas; en Nueva York te encontré mirando libros en una librería de viejo: nunca lo supiste, de ahí te seguí durante horas, cada paso tuyo quedaba en mi memoria, cada movimiento de tu cabello desordenado, cada sonrisa; en Buenos Aires buscabas la tumba de Bioy y tratabas de escabullirte de los turista que se dirigían a la de Eva Perón, luego te seguí por la ciudad durante horas, entre calles y otoño; en una playa del Pacífico no permití que te mojaras con las olas breves, con el mar azul y transparente; en Lisboa te descubrí mirando las aguas del Tajo una mañana fría, esperabas la barcaza que te llevaría a otro lado. En cada instante, en cada rostro estaba el tuyo. Han pasado los años, hemos envejecido mientras tanto pero tu rostro sigue sin cambiar en la memoria, es aquél que encontré y me ha seguido insistentemente, es aquél que día con día está conmigo. ¿Tú lo sabes, verdad? Hay algo de añil en los recuerdos, hay algo de nube y alcaravanes. Es un talismán tu fotografía: va conmigo a todas partes, se desgasta por el uso. Es un pasaporte para los días aciagos y para los felices, porque hay algo de sorpresa, de naufragio, de distancia y súbito relámpago en los gestos que conozco de ti. Por ejemplo, cuando duermes ¬¬─me gusta verte cuando duermes─ imagino tus sueños. Son trozos de otro mundo, partículas, destellos de otra vida lejos de cualquier gente. Nos une tu brazo extendido entre las sábanas, el olor de tu cuerpo y la sonrisa en tus labios. ¿Qué más podría unirnos cuando duermes? Ahora, mientras espero mi próxima partida, y veo los aviones alejarse, hay en esta larga fila de espera para abordar una posibilidad: tu rostro va conmigo y tomo las maletas y mi boleto, reviso mis pertenencias, miro hacia lo que queda y estás allí, en esa bruma, en ese tumulto de despedidas y regresos y cierro mi abrigo y extiendo el brazo para hacer una señal de despedida o quizá de reencuentro. Tú vas conmigo, aunque no lo sepas.

viernes, septiembre 22, 2006

Estos ancianos que toman el sol de primavera
tienen una gracia silenciosa. No hay murmullos
que escapen a la luz del mediodía. I remember,
I remember. No quisiera irme
antes de decirte que esos niños que juegan
en el quiosco mataron ayer una paloma. Ahora
el segador corta a la perfección el pasto. La máquina
ensordece el vuelo de las aves. Quisiera que el viento
refrescara la mirada de esas dos extranjeras
sudorosas. Sí, recuerdo
il ponto vecchio, una nube
fracasada en el cristal, las aguas
dolientes. La esencia de la verdad reside
en lo difuso. Esos niños dan de comer
a las palomas un puñado de maíz. No refresca
la brisa la memoria.

jueves, septiembre 21, 2006

Revólver rojo

“Parece que perder
no es un arte difícil:
los muertos de verdad de uno
son víctimas amadas de los vivos.” Parece /
dijo “Perder”, dijo “un arte difícil” / parece entonces
que el caracol, la anémona, son víctimas
“amadas”, la mujer sentada en el borde
de la banqueta, este aire nocturno y helado / “víctimas”
de no sé qué situación, de qué carencia. Carezco
de mis muertos amados. / Hay esquirlas,
una sensación de pesadumbre. / Parece que los ojos
se vacían de uno o de simple ausencia /
y dices que es un “arte difícil” la trayectoria / el
vaivén de las hojas fue un cambio ya planteado
desde antes: los muertos, la secoya, la letra
de ese dolor en el costado. / No sé qué prefieras,
si el aturdimiento, o el fulgor
de las cosas que son alas / un descenso individual
en las extensiones del hielo, el amarillo
digno de una sola antena que sobresale
desde la ventana─
Tenuemente lo perdiste todo, dices,
el oro y el instante, el viento
en el boulevard. De qué sirve / “es difícil” /
“perder” / tan sólo equívocos.
Podemos hablar más de la luz del sol
que del lenguaje, pero el lenguaje
y la luz
se ayudan mutuamente… Hay un efecto
ante las pérdidas: el pensamiento sucumbe,
y quizá no importe / pero el pájaro emigra
a otra tierra de un cielo parecido
a este cielo. Todo podría ser igual: la pérdida,
el arte difícil de nombrar
y poco importa la garra de esa ave detenida
en el olmo / “amadas víctimas”, el nivel del agua
del estanque, una garza extraviada
en el lenguaje ajeno.
“Parece que perder no es un arte difícil.” / Toda
catástrofe es piedra─
Una avenida, un patio solar,
la mesa en la casa de tu madre para tomar el té,
el gorjeo herido del gorrión y las verduras, dice, son
“amadas víctimas” / el auto que asciende
es una mañana y arrayanes y olvido, dice, aunque
es difícil encontrar una frazada
frente a mi cuerpo repleto de anestesia. / “La luz
del sol”, “el lenguaje”; la luz del sol
en el acantilado y en mi espalda
podría ser otro cielo, una ”víctima amada”: sí
se desvanece el aliento y hay perdigones
en la pérdida, dice. Hay un símbolo en el muelle,
en ese pozo de caballos y de sombras. / Perder
significa un revólver rojo
en la respiración del hundimiento.