martes, noviembre 21, 2006

Dioses absortos con una flecha al costado

Hay un poema de J. H. que me hubiera gustado escribir. Un poema
podría ser un poema o la sombra del pájaro. Entonces
un poema sería la risa de esa muchacha que mira en la ventana.
Hay quietud en las torcazas
luego de la lluvia.
No existe cohesión
en las palabras. Me hubiera gustado escribir ese poema. Todo
acto es una pérdida, algo queda atrás y las palmeras solitarias
trazan una mano hacia la herida.
Pero recuerdo largas discusiones con J., anónimas discusiones
en otras partes del mundo:
a) en un pub de adolescentes
b) en un teleférico (nubes accidentadas, lluvia y abismo)
c) en una cantina mientras una mujer orina ebria y ausente
d) etc.
Allí apareció el poema
que quise escribir. Luego en San Telmo una noche. Tenía
en la cabeza el Río de la Plata,
unos cuantos haikús de Basho
y el humo ebrio de un tango.

…a nosotros sólo nos queda resistir
nadar en las albercas de vacío hasta llegar al zen
o perder toda la piel en filamentos
o al menos emerger al otro lado del domingo…
[1]

Imposible decirlo. El poema
es la sensación de vacío en la memoria; dioses
absortos con una flecha al costado.
Una cosa pasó. Tuvimos discusiones. Allí estaba el sol:
brilló una noche en El túnel. Cuántas
horas de alcohol, falcinelos
y la risa procaz de la puta envejecida.

¿Las monedas del mundo son este poema?

Y en ese sueño conté diez yeguas, un verso de Pavese,
y cientos de ticuses. Mientras, el avión caía.
Estamos muertos, pensé. Nunca escribiré, p.ej,
hay tersura en las piernas de la azafata
y la balanza de este parpadeo me llevará al Bósforo.
Podría escribir entonces pero el avión caía
entre nubes dispersas.

Me prometieron una conversación. Oscuras
las aguas barrosas del Río de la Plata. Luego el frío,
la música electrónica en el bar de topless: una mesera
sonreía como Louise Brooks.

Novela frente al río

Paisaje de humor sin música,
escrito por la música…

J. A.

Creo que un día, al flexionar un brazo, se hundirá la semejanza de nosotros. El sofá-cama, aletargado durante la noche estival, o ahora mismo, frente a la ventana, yace impaciente. Escuchaste Las lamentaciones invadir otro cielo. Habías pensado en la brillantez del paisaje o en el rostro de lo inevitable.

Una canoa emerge, creo. Es extraña la erosión del follaje.
Tiene de familiar lo que celebramos, el sentimiento considerado como banal, las largas calles vacías de una ciudad inexpresiva. Podría ser una novela o la migración de una música sabida. Ese defecto de la pérdida tiene un color nuevo, imaginemos entonces tres caballos pastando. Hace tiempo lo dijiste: “los caballos son rojos en domingo”. Tendría que guardar la restauración, los restos ácidos y, ya después de todo, quedaríamos unidos en medio de ese bosque. Uno no puede resignarse a los nombres mencionados de pasada, en esa lista que crece; ahora, francamente, se confunde el césped, pero hundiremos, sí estás de acuerdo, una tarde. Nadie disimula el rastro de la primavera y un poco de humor mientras están sentados en las baldosas de cemento con una cerveza helada en la mano. ¿Podría reconocerte si el viaje dura noche y día?

sábado, septiembre 23, 2006

Mensaje en una botella a media tarde y extravío

Vejo o teu rosto quotidiano
como se a penumbra
tivesse olhos
ou como se as raízes pudessem ver
através da sombra

António Ramos Rosa

Viens dans mon visage.
Marguerite Duras

En medio de esta tarde los recuerdos transcurren ligeros, como el vuelo del gorrión que va de un árbol a otro. Van y vienen y aquí está tu rostro. Lo miro en la fotografía pero debes saber que lo busqué inútilmente desde hace años sin pensar que estaría aquí, con esta luz de verano cubriéndolo por completo. Hay una mirada, hay un gesto que conozco bien aunque no lo sepas, o quizá lo intuyes pero eso no importa. Importa esa mirada que me mira o al menos así quiero verlo. Me mira desde antes de mirarme. Estaba presentido que así tendría que ser porque busqué tu rostro sin saberlo. Lo busqué una tarde soleada en El Retiro mientras vagaba cansado y ausente: había unas parejas de enamorados diciéndose cosas al oído, riendo de tonterías, acariciando hombros, manos y un cielo transparente; me pareció verte en Tánger escabulléndote de mi mirada en las calles laberínticas del zoco, en medio de hombres con chilabas, de palmeras y ruido asordinado; en Praga mirabas desde el puente Carlos IV las aguas quietas de Moldava: sólo el reflejo del destello gris me avisó de tu presencia; en Ciudad de México leías bajo la sombra de un árbol en el Parque España; cruzaste en un barco el Bósforo y sólo lo supe tiempo después, cuando Estambul era una presencia, unos apuntes en un cuaderno perdido entre las pilas de libros y los fantasmas; en Nueva York te encontré mirando libros en una librería de viejo: nunca lo supiste, de ahí te seguí durante horas, cada paso tuyo quedaba en mi memoria, cada movimiento de tu cabello desordenado, cada sonrisa; en Buenos Aires buscabas la tumba de Bioy y tratabas de escabullirte de los turista que se dirigían a la de Eva Perón, luego te seguí por la ciudad durante horas, entre calles y otoño; en una playa del Pacífico no permití que te mojaras con las olas breves, con el mar azul y transparente; en Lisboa te descubrí mirando las aguas del Tajo una mañana fría, esperabas la barcaza que te llevaría a otro lado. En cada instante, en cada rostro estaba el tuyo. Han pasado los años, hemos envejecido mientras tanto pero tu rostro sigue sin cambiar en la memoria, es aquél que encontré y me ha seguido insistentemente, es aquél que día con día está conmigo. ¿Tú lo sabes, verdad? Hay algo de añil en los recuerdos, hay algo de nube y alcaravanes. Es un talismán tu fotografía: va conmigo a todas partes, se desgasta por el uso. Es un pasaporte para los días aciagos y para los felices, porque hay algo de sorpresa, de naufragio, de distancia y súbito relámpago en los gestos que conozco de ti. Por ejemplo, cuando duermes ¬¬─me gusta verte cuando duermes─ imagino tus sueños. Son trozos de otro mundo, partículas, destellos de otra vida lejos de cualquier gente. Nos une tu brazo extendido entre las sábanas, el olor de tu cuerpo y la sonrisa en tus labios. ¿Qué más podría unirnos cuando duermes? Ahora, mientras espero mi próxima partida, y veo los aviones alejarse, hay en esta larga fila de espera para abordar una posibilidad: tu rostro va conmigo y tomo las maletas y mi boleto, reviso mis pertenencias, miro hacia lo que queda y estás allí, en esa bruma, en ese tumulto de despedidas y regresos y cierro mi abrigo y extiendo el brazo para hacer una señal de despedida o quizá de reencuentro. Tú vas conmigo, aunque no lo sepas.

viernes, septiembre 22, 2006

Estos ancianos que toman el sol de primavera
tienen una gracia silenciosa. No hay murmullos
que escapen a la luz del mediodía. I remember,
I remember. No quisiera irme
antes de decirte que esos niños que juegan
en el quiosco mataron ayer una paloma. Ahora
el segador corta a la perfección el pasto. La máquina
ensordece el vuelo de las aves. Quisiera que el viento
refrescara la mirada de esas dos extranjeras
sudorosas. Sí, recuerdo
il ponto vecchio, una nube
fracasada en el cristal, las aguas
dolientes. La esencia de la verdad reside
en lo difuso. Esos niños dan de comer
a las palomas un puñado de maíz. No refresca
la brisa la memoria.

jueves, septiembre 21, 2006

Revólver rojo

“Parece que perder
no es un arte difícil:
los muertos de verdad de uno
son víctimas amadas de los vivos.” Parece /
dijo “Perder”, dijo “un arte difícil” / parece entonces
que el caracol, la anémona, son víctimas
“amadas”, la mujer sentada en el borde
de la banqueta, este aire nocturno y helado / “víctimas”
de no sé qué situación, de qué carencia. Carezco
de mis muertos amados. / Hay esquirlas,
una sensación de pesadumbre. / Parece que los ojos
se vacían de uno o de simple ausencia /
y dices que es un “arte difícil” la trayectoria / el
vaivén de las hojas fue un cambio ya planteado
desde antes: los muertos, la secoya, la letra
de ese dolor en el costado. / No sé qué prefieras,
si el aturdimiento, o el fulgor
de las cosas que son alas / un descenso individual
en las extensiones del hielo, el amarillo
digno de una sola antena que sobresale
desde la ventana─
Tenuemente lo perdiste todo, dices,
el oro y el instante, el viento
en el boulevard. De qué sirve / “es difícil” /
“perder” / tan sólo equívocos.
Podemos hablar más de la luz del sol
que del lenguaje, pero el lenguaje
y la luz
se ayudan mutuamente… Hay un efecto
ante las pérdidas: el pensamiento sucumbe,
y quizá no importe / pero el pájaro emigra
a otra tierra de un cielo parecido
a este cielo. Todo podría ser igual: la pérdida,
el arte difícil de nombrar
y poco importa la garra de esa ave detenida
en el olmo / “amadas víctimas”, el nivel del agua
del estanque, una garza extraviada
en el lenguaje ajeno.
“Parece que perder no es un arte difícil.” / Toda
catástrofe es piedra─
Una avenida, un patio solar,
la mesa en la casa de tu madre para tomar el té,
el gorjeo herido del gorrión y las verduras, dice, son
“amadas víctimas” / el auto que asciende
es una mañana y arrayanes y olvido, dice, aunque
es difícil encontrar una frazada
frente a mi cuerpo repleto de anestesia. / “La luz
del sol”, “el lenguaje”; la luz del sol
en el acantilado y en mi espalda
podría ser otro cielo, una ”víctima amada”: sí
se desvanece el aliento y hay perdigones
en la pérdida, dice. Hay un símbolo en el muelle,
en ese pozo de caballos y de sombras. / Perder
significa un revólver rojo
en la respiración del hundimiento.

martes, agosto 22, 2006

Césped cuidado

So they have it, all the time. But all was strange.
J. A.



1
Hay enfermedades que aparecen en el cuerpo con más prontitud, me decía mi abuelo frente a los riscos. Ten cuidado y disparaba contra las aves. Un estruendo. Luego otra vez a agazaparse durante largo tiempo.

2
La operación fue sencilla pero dolorosa. Un tajo de diez centímetros al lado de las costillas para quitar por completo la vesícula. Un pólipo. El escritor esperaba en una camilla y leía Manual del distraído de Rossi. Dos horas, o un poco menos, y luego las palabras incoherentes, algo de Praga, las largas caminatas y una imagen de Nam June Paik que aparecía insistente.

3
Un día platiqué con mi amigo poeta sobre los años que pasaban, sobre la inutilidad de la escritura. Somos más viejos, me dijo. Somos más viejos que hace unos instantes.

4
Egon Schiele murió muy joven. También mi compañero de escuela. Iba en una motocicleta cuando un cable de luz se trozó y cayó justo en el momento que él cruzaba un puente. Le cortó la cabeza de un tajo perfecto. Quiero pensar que no hubo dolor, quizá una sorpresa y no más.

5
Mi amigo poeta a veces habla de sus hijos. Un día me platicó una historia de juventud. Recuerdo un auto, una pistola, alguien que fallece y la adolescencia como un atroz crecimiento, como una cruel herida.

6
Mi padre jugaba ajedrez. Un accidente truncó su carrera. Un jovencito que aprendía a manejar lo atropelló, arrojándolo varios metros en la calle. Tuvieron que ponerle a mi padre una placa en la cabeza. Duró un año temeroso de salir fuera de casa. Yo era un niño. Hace demasiados años de esta historia y a veces la recuerdo por las noches de verano.

7
Hay una secta en un pequeño pueblo de Oregon que trata de mantenerse joven por siempre. Realizan ritos extraños, usan códigos para reconocerse, estudian la novela de Dorian Grey como una Biblia. Dicen que su líder tiene 450 años y habla con gente que viene de otras galaxias.

8
Dejar de ser jóvenes. En ocasiones viene a mi memoria el poema de Pacheco. ¿Será que nos hemos convertido en eso?

9
Decía mi abuelo, mientras conducía su camioneta por caminos vecinales, que había que crecer con coherencia a nuestros actos. Por momentos creo entenderlo.

10
La mujer del escritor es atractiva. Tiene 35 años y no quiere envejecer. Hace dietas, usa cremas, de vez en cuando ejercicio. Ayer mismo hablaba de la posibilidad de someterse a un tratamiento novedoso para detener el paso de los años.

11
El escritor habla con su amigo poeta de los libros que tendrían que haber escrito. De lo falso que es considerar a alguien todavía un joven escritor o una promesa hasta los 35 años. Mejor no decir cuántos han escritos obras magníficas antes de esa edad.

12
Quisiera envejecer sentado en alguno de los sillones hechos por Franz West, dice el escritor. Escultura que se vuelve objeto utilitario. Quisiera sentarme allí y mirar el cielo de Nueva York, dice quien escribe.

13
Soñé que cuando fuera adulto viviría en un país lejano. Cuando no podía dormir tomaba mi cuaderno y dibujaba extraños parajes, aves exóticas, rostros que algún día encontraría cuando fuera adulto. También soñaba que sería pintor. Un día ya no pude dibujar o trazar en el cuaderno. Lo último que realicé fue un retrato de Dizzy Gillespie tocando su trompeta.

14
A alguien se lo dijo el escritor. Todo queda en proyectos. Es un maestro de los proyectos nunca realizados. Hace poco leyó un texto de Salvador Elizondo sobre eso. NeoCosmos, escribe Elizondo. Proyectos no realizados. La juventud se va, ahora sólo queda enfrentarse a lo que no se realizará jamás.

15
Caminando por Corrientes, en Buenos Aires, el escritor miró un anuncio espectacular e imaginó que escribiría una novela en donde el personaje miraría envejecer a todos sus amigos en una isla desierta. Serían no demasiadas páginas pero en realidad no pasaría gran cosa. Sólo la descripción puntual del envejecimiento, de los libros, o las obras no realizadas. El Gran Mundo del Fracaso.

16
Hace dieciocho años, quizá, en un table dance, el escritor vio cómo sería de adulto. Fueron algunos minutos de miedo, intriga y zozobra. En otra mesa, cercana a donde estaba el escritor con otro amigo, había un grupo de hombres que bebían y miraban a una de las bailarinas. El amigo fue quien descubrió esta extraña casualidad. A espaldas del escritor estaba su futuro: un hombre muy parecido a él, con lentes, cabello cano, rostro adusto y un cigarro en la boca. Cuando se encontraron sus miradas, ambos prefirieron salir de ahí. No era conveniente encontrar pasado y futuro en un instante del presente.

17
A mi abuelo le gustaba conducir durante horas. Me explicaba la diferencia entre los diversos pastizales, los colores cambiantes de la tierra, la mejor temporada de caza.

18
La mujer del escritor pasa horas ante el espejo para descubrir las arrugas que todavía no aparecen.

19
La enfermedad obliga a uno a envejecer antes de tiempo. Aprendes la diferencia entre antihistamínicos, antiespasmódicos, ansiolíticos, antidepresivos. La enfermedad tiene una cura para la propia enfermedad.

20
En “Enemigos unidos”, pieza escultórica de Thomas Schutte, las dos figuras unidas envueltas en felpa y retazos, bien podrían representar lo que significa dejar de ser joven y entrar a la adultez. Hay en los rasgos faciales de esos “gemelos” el miedo a lo que vendrá, el miedo de lo que se deja.

21
Una instalación a la manera de Zarina Bhimji: estanterías de metal a los lados de una larga habitación blanca, o un largo pasillo; en los entrepaños se colocarían fotografías del escritor desde su nacimiento hasta el momento actual. Siempre podría renovarse. Allí, al igual que las fotos que se toma día con día José Luis Cuevas, se mostraría el paso del tiempo.

22
La mujer del escritor se despierta en ocasiones muy temerosa. Le cuenta que ha soñado con una larva que la sigue. No quiere que la alcance porque cuando eso suceda, su piel se agrietará indefectiblemente.

23
Mi abuelo murió de un ataque al corazón. Era domingo y hablamos de viajar por una carretera solitaria. Todavía lo recuerdo con su traje gris, su cabello cortado al casquete, sus lentes delgados. Una carretera solitaria en donde pudiéramos manejar con los ojos cerrados largos trechos.

24
A veces, durante las noches de insomnio, el escritor y su mujer hablan de tener un hijo. Tendrá que ser pronto, dice ella. Él asiente y aprovecha la oscuridad para no descubrir su miedo.

25
El amigo pintor trabajó en un gran lienzo con un tema absurdo: “Dejar de ser joven”. Cuando se lo mostró al escritor quería saber su opinión. Un fondo blanco, un trazo oscuro que atravesaba toda la tela por la mitad y chorreaba en algunos puntos. Eso era todo. El escritor quedó sorprendido porque su amigo pintor era figurativo y un gran colorista. Un trazo, una mancha, eso es dejar de ser joven, pensó.

26
Hay una fotografía en blanco y negro en donde una mujer joven está sentada en una cama, cubre su rostro con las rodillas. Al fondo se ve una cama y una pared desnuda. Algo ha sucedido o está a punto de suceder.

27
Sophie Calle es una detective o quizá una poeta. Su serie de fotografía sobre ciegos descubre un mundo extraño y sugerente. “Hablé con personas ciegas de nacimiento, que nunca han visto. Les pregunté cuál es su imagen de la belleza”, dice la artista. Un retrato de la persona ciega, una frase enmarcada y una imagen son la triada, el resultado de su pregunta. ¿Cuál es la imagen de la juventud ida?

28
La mujer del escritor devora novelas como si luchara contra el tiempo.

29
Mi amigo poeta me cuenta de una gira con su grupo de rock. Imagino que son treintañeros que cantan a jovencitos. Imagino a la gente coreando las canciones que son poemas de mi amigo. Imagino las travesías por las carreteras en algún autobús viejo o quizá una Van. Beben, bromean, quizá alguno duerme o alguien escribe una futura canción y alguien más tararea una melodía. Imagino el concierto y el cansancio. Ah, la juventud, eso.

30
Así sucede, todo el tiempo. Pero todo fue raro.

domingo, agosto 06, 2006

Paisatge blau

Había querido escribir sobre ti
pero se atravesó la lluvia. Un fuerte
impacto en el parabrisas, algo del paisaje
que cambia, como tus ojos. No lo sabes,
pero hay nubes que nos abrazan
con sus manos húmedas. Es mejor
pronunciar tus palabras favoritas
en una lengua sin huesos. ¿Entiendes
que un simple gesto, o el cabello cayendo
en tu rostro tienen la fuerza
contenida de la belleza? No diré
que hay fresnos en la avenida, temblorosos
jacintos, jacarandas. ¿Cuántos
automóviles contaste? Son demasiados
los mundos de esta carretera. Un muro
de agua para avanzar al otro lado. Alguna
vez las aguas del Tajo
me llamaron, te lo dije. Ahora
lo único que deseo es tocar
con un dedo tu sonrisa.

lunes, julio 31, 2006

Paulo Leminski

versión LPÑ


leche, lectura,
letras, literatura,
todo lo que pasa,
todo lo que dura,
todo lo que duramente pasa,
todo lo que pasajeramente dura,
todo, todo, todo,
no pasa de ser caricatura,
tuya, mi amargura
de ver que vivir no tiene cura.

Aviso a los náufragos

Paulo Leminski

Versión LPÑ

Esta página, por ejemplo,
no nació para ser leída.
Nació para ser pálida,
un simple plagio de la Ilíada,
alguna cosa, que callada
regresa como la hoja a la rama,
mucho después de caída.

Nació para ser playa,
quién sabe sí Andrómeda, Antártica,
Himalaya, sílaba dolida,
nació para ser la última:
la que aún no nace todavía.

Palabras traídas de lejos
por las aguas del Nilo.
Un día, esta página,
será traducida
como un símbolo, para el sánscrito,
para todos los dialectos de la India,
y dirá “buenos días”,
como se dice un secreto;
tendrá que ser una piedra brusca
donde alguien dejó caer un vidrio
No es así que es la vida?

jueves, julio 27, 2006

Teoría y verdad

La ventana entreabierta es testigo de un corazón que se despoja. Aquí hay luz
para la mediatarde, una quietud que sobresalta. El cuerpo vive
en claroscuro bajo la piel. Una sirena, el chorro de agua
que cae del surtidor, las dos palmeras agitadas por el viento, son pálido oficio
del mundo contemplado. Por momentos, los ojos descubren
ráfagas de pies apresurados, rostros, manchas húmedas,
hojas caídas al asfalto. Un poco de blanco nos ata a este instante
de privada ebriedad. Sólo conjeturas. Lo fortuito
podría tener el rostro de una madonna de Caravaggio, o el tuyo.
Es tan simple esto.

domingo, julio 23, 2006

Hay demasiado naranja en esa tarde de invierno

p. ej.: ¿has visto el cuadro de Rothko
que vi aquélla mañana? Saltaba demasiado el iris
por la luz.
Todo podría ser cierto. p. ej.: una carrera de caballos heridos, un desfile
de cuadros excesivos, un yonqui en Nueva York,
que no es lo mismo que un homeless en Madrás y esa rubia que
se contonea en el televisor enseñando sus piernas largas (modelo). Está dicho:
el naranja en el cuadro de Rothko, son múltiples naranjas
sobrepuestos, o mi mano en la madera y una astilla que cae
y cae
en cámara lenta
al piso blanco. Aquí no ha pasado nada y hace frío.
Una naranja podría no ser una naranja
o:
1) dos mujeres desnudas
2) una imagen de Magritte
3) el humo de un cigarro reseco
4) un poema de Lowell
5) una naranja
¿Tú has visto ese cuadro del que hablo?
Quizá lo soñé, pero estoy seguro que sucedió hace poco, en invierno,
antes de leer a Libertella.
El árbol de Saussure.
Esta perplejidad es la conciencia. El miedo ejerce de pastor, pero no sabes más de ti que
un animal absorto sobre el agua
.
─Gamoneda.

Elvis Costello o la posibilidad de confusión

Este lamento tiene el rostro de un norte. Hay demasiado humo
y una canción triste que podría ser como una calle
lluviosa en Londres. ─Bagatelas─
No es extraña la nube y el índigo marítimo, no
es extraño tener una cicatriz
o un dromedario de mascota. Son tan solo
temas para después: una obra perfecta,
llena de sesudas comparaciones y figuras
de oropel y solemnidad. Grises anotaciones
como un dolor de hojas y la humedad del amanecer.
─Quien quiera entender, adelante.
(Aquí tendría que aparecer la neblina
pero es demasiado pronto para tanta confusión).
Sé que en el quicio de la casa
hay un barco de papel y quince horas
de trabajo. ¿Caerán pronto las damiselas provenzales?
Abrevio: una boina podría ser la quintaesencia
y puro amor: una bufanda
perfectamente colocada, casual, como si el frío; o una mascada
y rouge exacto no son la precisión
pero casi se cumple el rito.

lunes, julio 17, 2006

Inflexión

Un mundo hacia delante
como la voz. La inflexión radica en el gesto.
-El ficus aletargado, habías dicho. No escuche
venir a las gaviotas, pero sí puedo decirte
que encontré un rompevientos y algo de belleza. Me persiguen
por ahora los montes nevados. ¿Sabes los qué significan?
Como aquellos guijarros o la grava
al descender del auto en plena carretera. La inflexión
radica en el gesto. Las palabras estás vaciadas
y el vuelo de los ticuses. Te dije
que la mejor temporada
para recorrer estos caminos
es el de las lluvias. Mira el verde,
los campos asombrados por el agua,
los pequeños riachuelos. De estos caminos
admiro los robles, las largas extensiones
de los sembradíos. –Una nube, habías dicho,
falta a través del cristal. La inflexión
radica en el gesto. De pronto
cruzó la tortuga. –No la aplastes. Me persiguen
los montes nevados, la insólita belleza
de tu rostro.

domingo, julio 16, 2006

Canción de Tokio

Medio cuerpo, tan solo medio

cuerpo y alguna flor de loto o un estanque.

(Hay caballos frente al aeropuerto):

una película de Ozu. ─Blanco y negro, pálidos animales,

nubes del último otoño a la salida del bosque.

Hay un grupo de comensales entre los arbustos:

la nieve prolifera. ─El viento:

la escritura es un muro.

Alguna vez me recliné a recolectar arroz del sembradío:

largas planicies por donde cruza el tren:

─una película de Ozu:

sólo quietud. Ellos comen pescado de una bandeja.

(Cojines de satín y pies descalzos):

esta es una escritura visible del otoño, Tokio y los cerezos. La casa

de papel podría derrumbarse.

Es largo el aliento y el sol y las cosas:

caliento para ti el sake. Una cerilla encendida es mi amor:

una película de Ozu, Tokio Story. (Nada sucede en la familia).

─Caminé entre luces y vértigo. Podrías volver con el mensaje: “la bóveda del cielo tiene

una escritura fracturada”.

sábado, julio 15, 2006

Notas del cuadernos gris

La escritura como huida, la escritura como dejarse ir. Hay en Juan Carlos Bustriazo Ortiz (Santa Rosa, provincia de La Pampa, 1929), una escritura celebratoria, un ritual a la pampa. Erudición, inaccesibilidad. Extrañeza. Poesía de la extrañeza. Un hombre enloquecido, un baqueano que sabe orientarse a campo abierto, un ghenpín, un hechicero que pasa varios años de su vida recluido en hospitales psiquiátricos, dejando constancia de su escritura esquiza en libros de tirada reducida. Hay algo en su locura de fragilidad, de absoluta fulguración. Bustriazo Ortiz es la representación de la extrañeza, del mutismo, de la soledad.


Escribir tendría que ser recomenzar.

Escuché una historia en un bar. Escuché a dos hombres discutir desde sus silencios una historia incomprensible. Narrar. No estaba enamorado, dice uno, prefería mirar las montañas nevadas antes que hacer el amor con mi mujer. Su dinero lo gasté muy pronto, dice, en la ruleta. Ahora vivimos por eso en el campo, en su última propiedad y ella no dice nada, no reclama, no grita, sólo me mira y no le importa. Puedo llevar mujeres a la casa y ella se recluye, dice, pero una vez al mes, desde hace algunos años, tenemos un acuerdo tácito, dice, una vez al mes tengo que buscar un hombre, contarle la historia, invitarlo a la casa, frente a las montañas nevadas, dice, y entonces es cuando mi mujer aparece, un poco contrariada porque siempre es de noche y discutimos y nos violentamos y algo sucede, dice, invariablemente algo sucede, porque el hombre entra en su defensa y entonces tengo que dejarla con él, que la mime, que la acaricie, y me retiro y ellos terminan en nuestra habitación y yo los escucho desde la otra habitación, dice, escucho sus risas, sus voces en susurros, los gemidos, e imagino a mi mujer con ese hombre que no tiene rostro ni nombre, dice, y por la mañana habrá una sonrisa en el rostro de mi mujer o una mueca de disgusto. Le dije que no estaba enamorado, dice, la verdad no es esa, amo a mi mujer y hoy me espera.

A fines de los años cincuenta, Rodolfo Wilcock (Buenos Aires, 1919, Roma, 1978), huye de su ciudad para adentrarse a una vida y una escritura radical. Experimentación, lucidez, abandono. Escribe en otro idioma, se vuelve escritor de otra cultura y resiste como traductor. Antes había pertenecido a la revista Sur. Amigo de Borges, protegido por Ocampo, llegó a un hartazgo que lo hizo olvidar su escritura en español. Políglota, erudito, un hombre desgastado por el amor, Wilcock encontró en otro lenguaje la posibilidad de la huida y el reencuentro. Hay una historia sobrecogedora que leí hace tiempo de cómo murió. La he buscado entre mis papeles y es como si hubieran dejado de existir. No están más, pero en mi recuerdo persiste una imagen del escritor viejo, sin dinero, viviendo a las afueras de Roma, con una diminuta perra como único acompañante, y muriendo en la soledad. El cuerpo permaneció un tiempo hasta que fue encontrado por uno de sus amigos jóvenes, un escritor cuyo nombre se me escapa. La ruina de la escritura, el desapego. La muerte.

El relato es una puesta en escena. Teatro del mundo por donde se cuelan los vestigios de nuestra historia personal. Luces, extravíos, ausencia.

Es demasiado tarde para encontrar una solución a todo el alcohol ingerido. “El que bebe, dice Steve, intenta disolver una obsesión. No hay nada más bello y perturbador que una idea fija. Inmóvil, detenida, un eje, un polo magnético, un campo de fuerzas psíquico que atrae y devora todo lo que encuentra”. Ricardo Piglia.

Bebo porque es la única posibilidad de extravío.

Está el pintor de cuerpos que vive en Coyoacán. Sólo pinta cuerpos desnudos de mujeres jóvenes. Las embadurna, las ama de esa manera. Son paisajes, dice, son paisajes de otra constelación. En ellas encuentro un resquicio, dice, una puerta para saber que existo. Modelos, amas de casa, indígenas. Luego toma fotos para su colección particular con una polariod. Lo suyo es un diario visual de las mujeres que ha amado por un instante. Coloca las fotografías en un cuarto desnudo, sin muebles, solo las fotos colocadas ordenadamente en las paredes con chinchetas. Son miles, miles de mujeres anónimas para los otros. Es su propio museo, una bitácora del momento. No me interesa exponer, dice, es como si me expusiera a mí mismo, como si yo fuera carne de cañón. No, dice, no me interesa.

Dos poemas peruanos

10:30 am y un poco de reflejo


Son cuatro nubes evidentes
las que contienen tu rostro. Hay algo
de montaña y precipicio,
de resplandor o simple belleza
que escondida sobresale. Podría ver
la desnudez en la mañana
pero esto es cielo o quizá simples rastros
de Fra Angelico o Beuys
y las ruinas que descienden a los ojos.
¿Son estas piedras pájaros
o pumas? Quisiera evidenciar lo inevitable:
ignoro el nombre de estas flores,
de estos arbustos tan pequeños
y que me miran en silencio.





Un jardín


Venir de los hexámetros o preguntar por Miguel Ángel
tiene algo de evidente.
Quieres demostrar bajo este cielo
que no se escapa nada. Que la algarrobina,
el sáuco o la lúcuma
son palabras sorpresivas, o un simple sabor.
Que un colibrí
tiene algo de fijeza y rapidez;
que la lentitud promete evidencias más notables;
que los ruiseñores descienden
en busca de comida. Ve esa flor,
es “choclo de oro” y no hay trino
que no entienda, porque el lenguaje de los pájaros
tiene algo de silencio
y revelación.



Ollantaytambo. 20 de dic. de 2005

Carpinteiro

Los trabajos del pájaro carpintero
tienen algo de luz demorada. Un rápido
golpeteo en la rama altera todo el orden
que me pediste. Hay azules y morados
bajo nuestros pies. Cada golpe
del carpintero provoca un quiebre
en el mundo. Pudiéramos estar desnudos, dices. Bajo
los párpados sucede casi todo. El carpintero
no se oculta y busca lo frágil de la rama. Un poco
de escritura entre los cuerpos
y las gotas caen hacia tu espalda. Me quiebro,
dices mientras el carpintero barrena. Tan sólo
cinco nubes fotogénicas, una sombra
de flores alrededor de la banca. Podríamos
delimitar el espacio, la grama
o el tepe a cinco metros de nosotros.
Volvería a decirlo: Este abanico /
hay que tirarlo
(Basho). Y entonces
el carpintero me mira, lanza un picotazo
más fuerte: “La manera de respirar
que proviene de ti, tiene algo de golpe y sufrimiento”.
Tú deberías saber que estos naranjas
son únicos y que nunca estuve oculto. El carpintero
abre sus alas. Un gesto
ligero para que pase el aire. Deberías
saberlo. Esta escritura
proviene del abrazo.

jueves, julio 06, 2006

...cuando algo se ha ido, lo más verdadero es lo que nos deja, pues que es lo imborrable: su pura esencia.
María Zambrano

miércoles, julio 05, 2006

Breve ensayo de una relación íntima

Un hombre encuentra en su correspondencia una carta sin remitente. Le informan que tuvo un hijo hace veinte años y que lo visitará en los próximos días. Pero un poco antes de que él vea la carta, su pareja decide abandonarlo. Son dos situaciones cruzadas. La mujer le reclama que la carta es quizá de una amante. Pero no parece importar. Él lee la carta sin expresión alguna. Es un don Juan acabado. Hace un recuento de las mujeres que amó en esa época. Tiempo y memoria se entrecruzan en el inicio de Broken flowers, película de Jarmusch que recibí como regalo y que vi en cama un sábado a mediodía.
Hace mucho que no me impactaba tanto una cinta. Esa perfección no visible, ese tempo exacto para contar cada uno de los detalles (Nabokov decía que la historia está en los detalles). Me explico. En los poemas que leo, en la música que escucho, en las piezas que veo siempre busco que se de una modificación interna en mí, una alteración que me permita luego reflexionar sobre lo sucedido. También está el placer, claro. La seducción que proviene de la obra, su artilugio para sacudir.
Ver sin apenas gestualidad a Bill Murray recibir esta noticia me generó una sensación extraña. El personaje tenía una ebullición interna a punto de brotar, pero el actor sostenía esto con aparente facilidad. Esos gestos, esas acciones internas, esos movimientos tan sólo perceptibles –no debería llamarlos minimales– y de una elegancia absoluta me hicieron reconfortar de nuevo con la cinematografía. Mejor dicho, con cierta manera de contar. No es qué me haya alejado del cine. Soy un asiduo lector de imágenes. Tan sólo creo que Jarmusch encontró el punto exacto para contar las historias que le interesan. Todo encaja a la perfección, la puesta en cámara casi invisible, la música, la historia, las actuaciones.
Veía Broken flowers y no podía dejar de pensar en la alteración que sufría, como me sucede al mirar las películas de Wong Kar Wai. Sí, pero en otro sentido. ¿De qué manera se instalan las imágenes en tu espíritu? Recuerdo el texto de Sergio Pitol en donde cuenta su llegada a Venecia. Ha perdido sus lentes o no los encuentra y todo lo ve con ese halo casi fantasmagórico que asalta a los miopes y astígmatas. Ver lo nuevo o lo mismo siempre con otros ojos. A eso aspiro como lector, como escritor.
Broken flowers vino a recordarme, al igual que al personaje, cosas olvidadas, momentos. En mi caso relacionados con una vocación perdida, con archivos casi muertos, con algunas películas vistas y que fueron detonantes para ciertos poemas, para ciertas ocasiones que se volvieron memorables, para guiones nunca escritos. Recordar eso me obligo a recapitular en actos cometidos, en decisiones que me llevaron a ser lo que soy ahora. No mejor, no peor. Tan sólo un cúmulo de acontecimientos. Pero también me recordó mi tantas veces negativa a tener un hijo. Debe pasarle a muchos hombres de mi edad. Cercanos a los cuarenta, o a mitad de los treinta para el caso. ¿Qué sucede cuando se negó siempre esa posibilidad y de pronto, sin pretenderlo ni buscarlo, alguien decide ser padre? ¿Cómo enfrentar este suceso? Eso quizá es lo mejor resuelto del filme, por eso funciona tan bien una puesta en cámara sin ruido, sin pirotecnia. Habría que preguntarse cómo hubiera resuelto esta historia otro director, o cómo la hubiera escrito otro guionista, pero son simples especulaciones. Está lo que hay, no más.
Aún hoy, esta noche en que intento aclararme algunas dudas, vienen a mi memoria varias imágenes de Broken flowers. Se deposita en lo profundo de la conciencia con una delicadeza total, casi Chejov, casi Carver.
Hacer una comedia de semejante problema, es la mejor manera de enfrentarnos a nosotros los espectadores con lo que veremos en la pantalla de un cine o en la intimidad de nuestra habitación. Alguien busca un hijo. Un acontecimiento, encuentros con el que se fue. Con ese que fuimos algún día. Al igual de Murray o su personaje. Tiempo. Memoria.
Ahora que lo pienso, en realidad estoy tratando de explicarme yo mismo. La película es un posible diálogo. Hay una conversación generada frente a eso que llamamos cine. Quizá desde niño me acostumbré a dialogar con lo visto. Tiempo y memoria. Las primeras imágenes que conservo son elementales: una mujer desnuda conduce una motocicleta Harley Davison por una carretera desértica y solitaria. Lleva atado su cabello castaño con una cinta y sólo la cubren unas botas cafés que le llegan a las rodillas. Los tonos ocres son los que priman pero aún recuerdo la piel, el vello de los brazos de esa chica. Tengo poquísimos años, no más de tres y cubro mi rostro. ¿Por qué ese es mi recuerdo, por qué los colores, el vello del brazo, la forma del seno son la presencia, el vago soplo de la memoria? La literatura también engaña, el cine también engaña. Estoy sentado en una butaca inmensa, a mi lado, un tío joven voltea hacia mí y me pide que me cubra. Eso lo recuerdo. Quizá él me sacó de casa de mis padres sin permiso, no lo sé. La carretera. La mujer. El ruido de la motocicleta. La música de fondo. La desnudez. La tersura.
Luego me volví un fanático que veía varias películas al día –todavía no era la época de las videocaseteras o los dvd’s-, después de clase, los fines de semana, en cualquier momento y pretexto. No importaba si era una de Kirk Douglas y luego una de El Santo y después, por azares de la suerte, una de los Hermanos Marx. Los días más felices eran los domingos. Matiné, a comer a casa, y regresar por la tarde al cine al programa doble. Allí, en la sala oscura definí mi vocación por contar historias. Mi niñez tuvo una afirmada inclinación cinematográfica. Desde entonces guardo datos inútiles de nombres de directores, actrices, músicos, escenógrafos, año de filmación, etc. Puedo decir que bajo el techo del viejo cine Reforma, en mi pueblo, me enamoré de infinidad de actrices. Les fui infiel cada domingo. Quizá por eso acostumbro ir solo a ver una proyección. Siempre que se puede. ¿Quién recuerda una película hongkonesa de un supermán chino?
La vida y los filmes son un cruce de caminos. Sólo con una vocación enorme se puede continuar al otro lado de la valla. En lo más difícil. Accidentadas laderas, declives pronunciados. La vocación sortea todo, pero hay que cruzar esa vaya.
Cuando era adolescente quería ser pintor, escritor y cineasta. Dejé de pintar y dibujar muy joven. Un día, el lápiz que tomaba con tanta facilidad para hacer trazo decidió no obedecerme. Después, agobiado y sin pensarlo, quizá escuchando alguna canción de moda, descubrí que escribir era fácil, hacia allí me fui. Tengo presentes los primeros poemas, igual que los primeros guiones.
Luego también, un día, los guiones se fueron. Ya no me interesaba hacerlos. Me parecía que eran flojos, con obsesiones baratas e historias recurrentes. Debo confesarlo, mi espectro de historias fue el mismo: un escritor, una mujer, un problema. No sabía contar otras cosas. Quizá sigo sin saberlo.
Un hombre recibe una carta. Este es el primer elemento del guión. Hay sucesos. Un destino. Lo inevitable. ¿Cómo empezar a escribir para la pantalla? En la escuela casi todos buscaban ser directores. El reflector de frente. Por las mañanas, en medio de la modorra, aprendimos los rudimentos técnicos de quien sabía. Entonces comenzamos a fijarnos en lo no evidente. Allí Jean Claude Carriere, Richard Price, Enio Flaiano, Tonino Guerra, Paul Schrader, entre otros. Miradas e historias. Maneras de contar.
También di clases, traté de enseñar a escribir eso que yo no podía hacer o que lo hacía para convertirlo en poema. Durante años dividía mis gustos, los clasificaba. Por un lado Tarkovski, Woody Allen, Fellini, Buster Keaton o Bresson; por otro Scorsese, Wilder, Lubitsch, Visconti o Buñuel. Descubrí después, no mucho después, que en realidad lo que me interesaba era una poética, una visión que enlazara mis dos placeres: cine y poesía.
La belleza cinemática tiene un efecto envolvente, como el acto de leer poemas en voz alta. Hay un poder de encantamiento. Una seducción, lo dije antes.
La memoria trae retazos de lo ido. Flashbacks aleatorios. Mi último guión lo lancé a una caja. Ahí debe estar. No me arrepiento de haberlo escrito. Quizá ahora haría otra cosa. Mentira. Hay lo que hay, no más.
Un hombre recibe una carta. Enciendo el televisor para ver de nuevo ese inicio. Broken flowers. Quisiera no hacer gestos. Mantenerme impávido. No es posible. El pasado irrumpe. Hay algo en quien fui que no se ha ido. Aún me sigo asombrando con una película, con un poema. Con el rastro de cierta música que proviene de las palabras, con las imágenes que son palabras o lo fueron. Simples gestos. Escribo y por inercia o decisión queda mucho fuera. Busquemos otra escena. ¿Interior o exterior? Dejo que la cinta siga, quito el volumen, apago la luz. Un hombre recibe una carta. Hay tantas historias que podrían surgir de ahí. Fade out. Punto final.

martes, julio 04, 2006

Dos poemas portugueses

Duos corpos


Duas bocas descobrem
a claridade do desejo.

Em mim respira
a hora fugitiva
quando eu penso
em uma canção
do árvores e céu.

Duas bocas descobrem
a claridade do desejo.

Um idioma branco
e transparente
são teus olhos.

Duas bocas descobrem
a claridade do desejo.

O essencial do mim
está em seu corpo.
¿Cómo incendiar seu nudez?

Duas bocas descobrem
a claridade do desejo.

Os labios do ela olhan
minha boca.

Duos corpos descobrem
a claridade da nudez.




Assim


Na ferida aberta
do seu corpo meu corpo
é uma sombra.
Fala o porto,
falam os silêncios,
fala o rio,
fala minha face
de nós.

Quero ser otro
numa rua do mundo.
Fala o porto,
fala o rio.

Amanhã te direi as palabras:
chamo pátria ã o teu corpo
e o corpo late
na minha tristesa.
Fala minha face
de nós.

Nada mais delicado
que o teu coração
e o sabor das coisas.
Na ferida aberta
do teu corpo meu corpo
é uma sombra.
Assim.




Nota: estos dos breves poemas merecen una explicación. Los escribí para Giovanni Escalera, líder del grupo de música electrónica Sweetelectra, y aparecieron como letra de dos canciones del disco Lying to be sweet. El influjo de Lisboa es constante en ambos y quiero pensarlos como dos paisajes en homenaje a la ciudad. Sin proponérmelo aparecieron en ese rudimentario portugués y así decidí dejarlos. Aunque debo decir que me gustan mucho más sus versiones musicales.

Para un futuro artículo



Mientras Groucho toma una siesta habría que pensar en la amistad que sostuvieron el cómico judío y T. S. Eliot. Las cartas de uno a otro, las fotos autografiadas.

lunes, julio 03, 2006

Diré tu nombre para traerte, vendrás
por la raíz, por el humor
del tronco, por los círculos
de tus años, por las hojas
vendrás al cimbrearse
altos los que hablan de ti.


Olvido García Valdés

viernes, junio 30, 2006

Comentario de Eduardo Milán sobre Zoom


Hay más pero tres son los planos evidentes: el deseo, la cita –con el texto, con el objeto del deseo- y el juego. Funcionan como apoyaturas para que Plascencia Ñol despliegue una escritura de dicción fuertemente coloquializada y de igual presencia autoindagante. Aunque con el siguiente reparo: es un coloquio interferido secretamente por un escamoteo. La escritura se vuelve un coloquialismo de fragmento. Algo se narra, hay un asunto que transcurre paralelamente al poema que, a su vez, a modo de pez, trascurre paralelamente al continuum de la poesía –el otro cuerpo del deseo, con el que también se juega-: el montaje es como por capas y se trata con estratos de superficie eróticamente trabadas por un significante atento y no, también distraído, que se niega al contacto. Por primera vez veo en la poesía mexicana a la elipsis practicada sobre el habla que se habla en la calle o en la alcoba al alba. El poder del juego significante –algún poder se descubre, finalmente, en la poesía de ahora que ya no es el lamento de la mala yerba de ayer, para resignificar, de otra vez y por todas, que el Poder no tiene todo el poder: alegría- no permite que la anécdota triunfe sobre la palabra. Plascencia Ñol abre las cuatro puertas del poema y una corriente de aire fresco entra en la poesía mexicana.


Comentario de Julio Trujillo sobre Zoom

Como si no pasara nada. He aquí el talante de este libro que parece escrito por alguien sentado en un equipal, en cualquier lugar del mundo (o en muchos, que no es lo mismo), con un cuaderno de notas en una mano y una lente poderosa, un telefoto, en la otra. ¿Qué es lo que el poeta observa con fruición? En realidad, nada, porque todo importa y entonces cómo discriminar. Todo, la traslación del planeta que se atestigua en los detalles, en las pequeñas postales. El poeta es siempre un extranjero, el que observa desde los márgenes y dispara: el resultado es una minúscula apropiación de esa nada, pero nueva, recién nacida y personalísima. O un polizón, alguien que sabe que no pertenece y que no pagó su peaje, un descentrado cuya mirada se agudiza desde la invisibilidad. Zoom in: la instantánea está lista. Es grato descubrir que polizón también significa “individuo ocioso y sin destino”, definición que debería ser buena también para el poeta, que es un olfato puro entre los continentes del olor.
Ahora bien, la peculiaridad del viajero furtivo que firma este libro es la obsesa, amorosa interlocución con la destinataria de sus postales, la flaca. ¿Acaso al congelar estos fragmentos de mundo el poeta pretende poseerla a ella, salvarla de la muerte? ¿No será el zoom una herramienta de espionaje de quien ama? Lo cierto es que el discurso tiene una bien definida dirección que es una devoción: tú, mi flaca, verdadero objetivo de mi lente. Por eso la luz y la ambientación de los poemas adquieren tanta relevancia: los ha trabajado el poseso, los dicta un norte imantado, son ofrendas.
Escrito a manera de encuadre, como si el poema fuera el contorno de algo más, indecible, Zoom es la aguda bitácora de una errancia y, al mismo tiempo, una conversación fascinada, casi obcecada por la silueta que sus frases dibujan, ahí, tendida en la cama, como si no pasara nada.


Comentario de Eduardo Chirinos sobre Zoom

LOS MIL OJOS QUE HAY ENTRE TÚ Y EL MUNDO
Busco en el diccionario la palabra zoom. La encuentro después de la palabra zoológico, como si esperaran juntas la explicación que justifique tan arbitraria cercanía. Leo: “objetivo fotográfico que permite el cambio de planos mediante una distancia focal variable”. Estoy a punto de conceder que las correspondencias no florecen en estos territorios cuando asoman, casi sin que lo advierta, estos versos de Tablada: “mi corazón en miniatura / es como el Arca de Noé”. Si transcribo aquí estos versos no es porque sugieren las magias del diccionario (que las hay), sino porque reclaman una manera de mirar que reduce o amplifica las cosas para conocerlas mejor. Lo que alguna vez escribió Benjamin sobre la fotografía vale también para la mirada poética: se ha convertido en una creación colectiva tan poderosa que para asimilar las cosas del mundo no ha tenido más remedio que reducirlas. Pero esa manera de mirar ya había sido practicada por un fraile manchego a quien Menéndez y Pelayo consideró con justicia poeta mexicano; me refiero a Bernardo de Balbuena, quien hace cuatrocientos años cifró en una sola estrofa la grandeza mexicana para luego amplificarla en su maravillosa dimensión. Su lente hizo con nuestro ojo lo que siglos más tarde haría la navaja de Buñuel: despertarlo de los sueños de la costumbre para hundirlo sin piedad en los sueños de la pasión.
Tablada, Balbuena, Buñuel... la genealogía del zoom (o zum, como quiere la Academia) tiene en este libro de León Plascencia Ñol una continuación ejemplar y heterodoxa. Su título anuncia un renovado modo de ver cuya modalidad proviene de la fotografía y del cine. No estamos aquí ante una reproducción desaforada de imágenes, ni ante un ojo que se solaza en sus hallazgos: sin olvidar que ver es una manera (tal vez la más justa y más difícil) de respirar, estos poemas nos sitúan en un decir donde el silencio amenaza cada significante hasta el punto de hacerle declarar la fragilidad de los significados y la belleza de su pérdida. Bueno es advertir que esta fragilidad y esta pérdida no se resuelven en una escritura resignada y escéptica; su escritura declara en voz baja su voluntad de “remar en el ritmo” y convertir en argumento aquello que mira y aquello que mira mirar. Como en Tablada, las miniaturas de estos poemas constituyen un jeroglífico que se revela a medida que nos acercamos (o alejamos) de sus dominios; como en el discurso cifrado de Balbuena, cada verso encierra un potencial narrativo que a cada lector le corresponde edificar. Como la navaja de Buñuel, el foco de este zoom se detiene en “la flaca” (esta maravillosa Beatriz despojada de toda beatitud) para cortar el ojo de un caimán adormilado donde hay cuatro caballos, una parvada de gallaretas, una nube accidentada de Zimbabwe, un árbol “que se parecía a Giacometti”, el toro de Osborne que “aparece cuando menos se le espera”.
Juego infinito de ojos-espejo que nos hunde en la noche que “retrocede o alarga” en nuestra propia pupila. En cualquiera de los mil ojos que hay entre tú y el mundo.
Salamanca, marzo de 2006

En los próximos días Aldus pondrá en circulación Zoom.

Poema

Egito Gonçalves


Versión LPÑ

Un día no estaré. Cuesta
escribir esto. La ciudad me tendrá
perdido, las cosas que llamé mías
estarán dispersas,
algunas vivirán aunque amadas
por quien amé. Pienso en eso cuando sé
que no subiría hoy las escaleras
de Barredo. No siquiera las de Vitória,
parándome a descansar para observar
el paisaje que el río anima, ese que miré
tantas veces sin perder la respiración.
Ni consideraría atravesar el Montemuro
Para un cocido grasoso en Gralheria.
Un día no estaré. Es lo normal.
En mi lugar del café –el mirar
ausente el paisaje- dejaré
algunas cartas, algunos inéditos
en la Compaq (en otro tiempo quedarían
en la gaveta), cosas sin importancia,
o que sólo la tendrían para mí. Estaré
en ningún lugar, seré un retrato
en la pared y no habrá lugar
para cualquier dolor, oh Drummond.

miércoles, junio 28, 2006

The secret of language is the secret of disease

No es sobre el lenguaje o la enfermedad. Hay conversaciones
planeadas en el curso del día y frente al ventanal; algunos
campos amarillos en secreto. Me asustabas, dices. No
hay razón para inventarlo. Los toches
comen presurosos. Es muy elemental
el discurso. Había tardes de fiebre, corpos doientes,
frases abatidas por el viento. Unas cuantas
consideraciones para tu rostro, las palabras o el brillo.
Me pregunto: ¿de cuántas maneras podría abrazarte?
La bugambilia existe. No es el dolor, es el lenguaje
lo que daña. Demasiado elemental. Pensemos en el mar,
dices. Una ola, las gaviotas, ahora el abrazo
y el diálogo que tuvimos sobre Wei. Es claro
lo que existe como una partitura, lenta
la grafía, la extensión del dibujo
en el papel. Me daña, dices, la fuerza. Entonces
tus brazos, los labios mordidos, quizá uno, o tan sólo
el destello del cuerpo hincado son una ráfaga. Soy
la resurrección de la carne, el graznido.

lunes, junio 26, 2006

Es posible que suceda. La rama
que se quiebra, el mirlo asustado,
tus ojos detenidos. No hay mentira
posible. La alfombra azul de flores
eruditas. Las miradas o casi,
no parecen. Me aferro a ti, dijeras
casi en susurro. Es lenguaje,
papel incierto. El mirlo asustado.
Quisiera abrazarte, digo,
pero hay nubes, rastros
de otro tiempo.

Constelaciones

António Ramos Rosa
Nota y versiones de LPÑ

En 1997 o 98 leí por primera vez unos cuantos poemas del portugués Ramos Rosa en una revista mexicana. Quedó el nombre, el brillo de esos versos aparentemente sencillos. Mejor dicho, su fulgor. Retumbaban en mi cabeza junto con la larga entrevista que le había hecho la poeta Clara Janés, si mal no recuerdo. Respuestas inteligentes y punzantes, heridas por la poesía. Volví varias veces a esos poemas, a esas palabras.
En el año 2000, durante mis primeros días en una Lisboa de neblina, lluvia y frío, busqué en la librerías de Chiado los poemas de António Ramos Rosa. Era agradable vagabundear entra pilas de libros mientras afuera crecía el rumor del Tajo. El primer libro que encontré, A imobilidade fulminante, estaba muy cerca de algunos títulos del gran narrador José Cardoso Pires. Compré algunos ejemplares de ambos y salí de ese sitio para seguir caminando por las calles del barrio. Antes de llegar a O Brasileira, el bar en donde se reunía Pessoa con sus heterónimos, entré por azar a una librería más y ahí di con el tomo de casi quinientas hojas de la antología o brevísima selección que había hecho una estudiosa de la obra del poeta. Salí con una bolsa con otros tantos ejemplares y me fui a sentar a la terraza del bar. Pedí un oporto y comencé a hojear lentamente esas páginas mientras esperaba a que llegara un amigo. Ese noche terminamos recorriendo bares de fado y el día nos alcanzó a orillas del río. No vi en esos días lisboetas a Ramos Rosa, el más grande poeta vivo portugués.
Tres años después me encontré con Eduardo Chirinos, el poeta peruano y Jannine, su esposa, en un bar madrileño, iban a Lisboa a encontrarse, si tenían suerte, con el anciano poeta, quien vivía recluido desde hacía tiempo en la Residencia Faria Mantero, en Belém, muy cerca del Monasterio de los Jerónimos, lugar final de Fernando Pessoa. Mis amigos tenían la consigna de pedirle al poeta un libro para traducirlo y publicarlo en mi editorial. No hubo suerte porque Ramos Rosa no quería saber nada de editores mexicanos gracias a uno de ellos: publicó un libro suyo con pésimas traducciones y otras atrocidades que no vale la pena mencionar. Hablamos Chirinos, Jannine, Jorge Curioca y yo de la suerte que tenían los primeros cuando pasaron corriendo dos niños árabes que acababan de robar a alguien. Frente a nosotros hubo una pequeña gresca con cuchillos incluidos. Creo que al día siguiente salieron de viaje mis amigos y luego me enteré por correo de la pequeña aventura.
Chirinos escribió después: “Así, mientras el tren avanzaba por la línea costera, pudimos recomponer con algunos retazos la leyenda de Ramos Rosa: que había decidido recluirse en un sanatorio para huir del mundanal ruido; que no dejaba que nadie, ni siquiera su mujer, lo visitara; que se hacía atender por muchachas jóvenes y hermosas a las que llamaba sus musas; que escribía diariamente nueve o diez poemas maravillosos que mostraba a muy pocas personas y que eran la codicia de los editores. Salvo esto último nada era verdad. O eran verdades a medias, de esas que convienen a la imagen de un poeta que siempre estuvo más allá de la necesidad de inventarse una imagen”.
Los poemas que aparecen a continuación fueron tomados de la Antologia poetica, por lo tanto, en realidad, pertenecen a varios libros. Decidí numerarlos para que en realidad fueran quizá un solo texto. A partir del poema en lengua portuguesa intenté hacer de nuevo una creación que se dejara leer en nuestro idioma. Difícil acercarse al resplandor de los versos de Ramos Rosa. Los aciertos son suyos, los errores míos.


1
Un gesto sin paisaje
sin horizonte sin casa
sin lo otro
no será nunca un gesto
acaso una mascarada
y un grito sofocado
como un río que se pierde
sin sus márgenes


2
Escoge y acepta la minúscula astronomía de un jardín: las múltiples facetas de los insectos, las delicadas antenas con que se orientan. A ras de suelo: un ramo partido, una hormiga, la baba de un caracol. Son fascinantes y meticulosos los vocablos que componen las constelaciones legibles, intactas. Una fábula adormece al sol de las hojas: el jardín es un estremecimiento.


3
No es el momento de afirmar nada. Todo debe permanecer oculto en su pura inanidad (y unanimidad) inabordable. Este respeto absoluto es la condición de un posible brote futuro y es la única mediación de un enigma que se confunde con la propia respiración del constructor.


4
El aire pasa
a t r a v é s d e l a s p a l a b r a s



5
Él escruta entre las piedras y las sombras.
Nada ve. Ignora. Observa.
Qué trazos son éstos,
cuál es el origen de estas nulas palabras?

Él escribe. Mi deseo y el deseo
de hacer habitable el desierto.


6

Escribo para que el silencio recoja lo que no
puedo alcanzar
y la distancia intacta estremezca los pétalos
de una rosa abolida, de una rosa fértil.


7
Quiero ser otro y el otro que en mí veo
siente que soy yo sin saber que soy yo
Escribir es siempre la versión
de un texto que nunca se llega a componer
Pero es igualmente ese rodeo
el que nos hace vacilar entre yo y ese otro

Hay que procurar conocer siempre al autor de un texto
para pedirle las referencias exactas
aunque quien escribe desvía la trayectoria paralela
para ser otro y ya siendo ese otro
nunca sea un sólo movimiento

Ninguno puede decir Él y otro
porque él y su proceso de transformación
son invención y reconocimiento:
sólo somos siendo otro.


8
De un poema concluido subsiste
frágil e instantánea –a veces-
una estrella ingenua que asciende
sobre nosotros e ilumina nuestros gestos
y aligera los pasos sobre las piedras.


9
A partir de los límites
de las palabras
de los árboles El trayecto
y del amor de los árboles más breve
son las frases del deseo de una sombra a otra
las sombras puede ser
blancas otra sombra
de otras palabras
otras
otras palabras
blancas

A partir de las palabras
y del amor de los árboles

viernes, junio 23, 2006

Lima es como un tsunami que golpea suavemente



a Ehitel Silva y Arturo Higa Taira

El destino geográfico es siempre la metáfora de un destino moral.
Juan José Millás

Playa La Herradura. Hablo de lo que no se puede hablar. Una inconciencia. Un incendio. Las olas chocan contra las piedras. Tan sólo piedras que nos alejan del océano. El rojo de la montaña. Basalto. Estas piedras tienen la premura de existir. Hay un poco de complejidad en este paisaje de cormoranes que distorsionan el horizonte. El lenguaje es un horizonte. Hace frío y no hay pulovers. Te preguntas qué trato de decir. Nada. El lenguaje habla de la nada. Una consecución de imágenes. Sólo eso. El cielo gris de Lima es música.

Barranco. Un ruiseñor que emerge de los árboles tiene la osadía de mirar fijo y luego irse. Pero volverá. Yo tenía la atención puesta en las casas bajas y algo sucedió. Todo lenguaje se repite. Es la osadía del ruiseñor. Un poco de mar al fondo. El puente de los suspiros es un brazo en esta tierra que se quiebra.

Puente de los Suicidas. Miraflores. La mancha de un perro en el asfalto. La mancha, la huida. El ruido de los autos, de las olas me alertan. El paisaje es extrañamente hermoso. He perdido cosas. Un puñado de arena como amuleto. Un libro de Luis Hernández. Este es su puente. Hay árboles que no dejan duda. Allá abajo unos bañistas jóvenes surfean. No importa Hernández, no importa la belleza del paisaje. Quisiera encontrar una nube con un dibujo perfecto, quisiera encontrar una nube pero al fondo hay una cruz. He perdido cosas que no podré nombrar. Por ahora.

Playa El salto del fraile. Podría resbalar en este pequeño risco y caer al fondo. Una familia pesca. El hombre raspa entre las piedras y las conchas de almejas para encontrar lombrices y diminutos cangrejos. Es extraño el cielo gris. Las olas crean una melodía. En un promontorio una figura de rojo mira a las gaviotas. Son las primeras en llegar mientras un hombre arroja trozos de pescado. ¿Cómo encontrar la partitura escondida entre ola y ola? La bruma abruma e inunda una porción de estos pensamientos. En realidad no busco juegos de palabras. ¿Hay que decir que el mar es una presencia? ¿Lo entiendes?

Los olivares. San Isidro. Voy hacia algún lugar. He perdido cosas. Hablo de lo que no se puede hablar. Algunas pisadas que llegan de pronto al camino. Un pequeño estanque y el canto de los pájaros. Quise retroceder pero estaba todo dado. La niebla azora. La niebla tiene pasos de gacela. Esta caligrafía tiene algo de luz. Como los olivos. Una clave. Como los olivos. Puede ser una reiteración, una onda entre las aguas del estanque. Pienso en la disposición espacial de los olivos, en la larga extensión de verde. Escribir es la construcción del paisaje.

Barrio Chino. Una muchedumbre. Escribir entre murmullos, entre signos que golpean las plantas de los pies. Como un Virgilio avanza nuestro amigo. Trazos entre la escritura china. De un pato la jugosa complicidad. He perdido cosas. ¿Hacia dónde dirigir la mirada si hay relámpago al lado?

Malecón. La bahía de Lima es un vocabulario extenso.

Playa La Herradura. “Quizá escrutando la arena como arena, las palabras como palabras, podamos acercarnos a entender cómo y en qué medida el mundo triturado y erosionado puede todavía encontrar en ellas fundamento y modelo”. Italo Calvino. Demasiadas palabras para explicarme cuatro piedras encontradas cerca del edificio Las Gaviotas. Lugar de Lucho Hernández. Un poco de lenguaje. Huele a canchita. Desde lejos el club Samoa.

Chorrillo. A través de la ventana del taxi tratas de capturar inútilmente lo inaprensible. Allí el mar. Sonia no es un nombre, es una clave de barcos y pescadores. Un comedero. Hay un pianista negro. Un arpón, redes y una escritura descifrable. Como dos caballos de mar. Adentro es donde estamos. Afuera es Lima y la garúa imperceptible.

Miraflores. Desde un piso once. Esto es escritura o una ventana al mar. Mejor decirlo así: el vuelo de las gaviotas es impreciso. Tu rostro no.

San Isidro. La garúa. Desde la ventana una prolongación del cielo en tus ojos. Bajo estas paredes escuchas palpitar el corazón. Hay distintas maneras de hundirse en el paisaje.

Barranco. Juanitos. Tiene la noche una chanson para tu rostro. Un poco más. Es cierto y la niebla ya inunda cualquier porción del mundo. Entre el humo y las respuestas. He perdido cosas. Hablo de lo que no se puede hablar. Todo lenguaje recae en ti.

Bajo el cielo de Lima. Monstruo de Armendáriz. ¿Lo recuerdas? ¿Quién se escapa a la leyenda? Algo así como una canción, algo así como ciertos muros que se derrumban ante la mirada. Sólo luces en la bahía. Sólo la nebbia como un zarpazo. Monstruo de Armendáriz. ¿Lo recuerdas?

Centro. Qué maduro eres, dice la niña de las estampas. Y los altares adquieren un brillo oscuro. Podría avanzar a tientas guiado por la fe. No hay oscuridad. Cada altar, cada balcón guarda de tu mirada tan sólo el destello. Decenas de palomas antes de llegar al Rimac inician su vuelo. Toda historia tiene un desenlace. Pizarro.

Playa La Herradura. Lima es como un tsunami que golpea suavemente, dice mi amigo. Frase feliz. Cierta, como estos cielos grises de Lima. Como esta brisa que golpea y ya es recuerdo.