lunes, junio 26, 2006

Constelaciones

António Ramos Rosa
Nota y versiones de LPÑ

En 1997 o 98 leí por primera vez unos cuantos poemas del portugués Ramos Rosa en una revista mexicana. Quedó el nombre, el brillo de esos versos aparentemente sencillos. Mejor dicho, su fulgor. Retumbaban en mi cabeza junto con la larga entrevista que le había hecho la poeta Clara Janés, si mal no recuerdo. Respuestas inteligentes y punzantes, heridas por la poesía. Volví varias veces a esos poemas, a esas palabras.
En el año 2000, durante mis primeros días en una Lisboa de neblina, lluvia y frío, busqué en la librerías de Chiado los poemas de António Ramos Rosa. Era agradable vagabundear entra pilas de libros mientras afuera crecía el rumor del Tajo. El primer libro que encontré, A imobilidade fulminante, estaba muy cerca de algunos títulos del gran narrador José Cardoso Pires. Compré algunos ejemplares de ambos y salí de ese sitio para seguir caminando por las calles del barrio. Antes de llegar a O Brasileira, el bar en donde se reunía Pessoa con sus heterónimos, entré por azar a una librería más y ahí di con el tomo de casi quinientas hojas de la antología o brevísima selección que había hecho una estudiosa de la obra del poeta. Salí con una bolsa con otros tantos ejemplares y me fui a sentar a la terraza del bar. Pedí un oporto y comencé a hojear lentamente esas páginas mientras esperaba a que llegara un amigo. Ese noche terminamos recorriendo bares de fado y el día nos alcanzó a orillas del río. No vi en esos días lisboetas a Ramos Rosa, el más grande poeta vivo portugués.
Tres años después me encontré con Eduardo Chirinos, el poeta peruano y Jannine, su esposa, en un bar madrileño, iban a Lisboa a encontrarse, si tenían suerte, con el anciano poeta, quien vivía recluido desde hacía tiempo en la Residencia Faria Mantero, en Belém, muy cerca del Monasterio de los Jerónimos, lugar final de Fernando Pessoa. Mis amigos tenían la consigna de pedirle al poeta un libro para traducirlo y publicarlo en mi editorial. No hubo suerte porque Ramos Rosa no quería saber nada de editores mexicanos gracias a uno de ellos: publicó un libro suyo con pésimas traducciones y otras atrocidades que no vale la pena mencionar. Hablamos Chirinos, Jannine, Jorge Curioca y yo de la suerte que tenían los primeros cuando pasaron corriendo dos niños árabes que acababan de robar a alguien. Frente a nosotros hubo una pequeña gresca con cuchillos incluidos. Creo que al día siguiente salieron de viaje mis amigos y luego me enteré por correo de la pequeña aventura.
Chirinos escribió después: “Así, mientras el tren avanzaba por la línea costera, pudimos recomponer con algunos retazos la leyenda de Ramos Rosa: que había decidido recluirse en un sanatorio para huir del mundanal ruido; que no dejaba que nadie, ni siquiera su mujer, lo visitara; que se hacía atender por muchachas jóvenes y hermosas a las que llamaba sus musas; que escribía diariamente nueve o diez poemas maravillosos que mostraba a muy pocas personas y que eran la codicia de los editores. Salvo esto último nada era verdad. O eran verdades a medias, de esas que convienen a la imagen de un poeta que siempre estuvo más allá de la necesidad de inventarse una imagen”.
Los poemas que aparecen a continuación fueron tomados de la Antologia poetica, por lo tanto, en realidad, pertenecen a varios libros. Decidí numerarlos para que en realidad fueran quizá un solo texto. A partir del poema en lengua portuguesa intenté hacer de nuevo una creación que se dejara leer en nuestro idioma. Difícil acercarse al resplandor de los versos de Ramos Rosa. Los aciertos son suyos, los errores míos.


1
Un gesto sin paisaje
sin horizonte sin casa
sin lo otro
no será nunca un gesto
acaso una mascarada
y un grito sofocado
como un río que se pierde
sin sus márgenes


2
Escoge y acepta la minúscula astronomía de un jardín: las múltiples facetas de los insectos, las delicadas antenas con que se orientan. A ras de suelo: un ramo partido, una hormiga, la baba de un caracol. Son fascinantes y meticulosos los vocablos que componen las constelaciones legibles, intactas. Una fábula adormece al sol de las hojas: el jardín es un estremecimiento.


3
No es el momento de afirmar nada. Todo debe permanecer oculto en su pura inanidad (y unanimidad) inabordable. Este respeto absoluto es la condición de un posible brote futuro y es la única mediación de un enigma que se confunde con la propia respiración del constructor.


4
El aire pasa
a t r a v é s d e l a s p a l a b r a s



5
Él escruta entre las piedras y las sombras.
Nada ve. Ignora. Observa.
Qué trazos son éstos,
cuál es el origen de estas nulas palabras?

Él escribe. Mi deseo y el deseo
de hacer habitable el desierto.


6

Escribo para que el silencio recoja lo que no
puedo alcanzar
y la distancia intacta estremezca los pétalos
de una rosa abolida, de una rosa fértil.


7
Quiero ser otro y el otro que en mí veo
siente que soy yo sin saber que soy yo
Escribir es siempre la versión
de un texto que nunca se llega a componer
Pero es igualmente ese rodeo
el que nos hace vacilar entre yo y ese otro

Hay que procurar conocer siempre al autor de un texto
para pedirle las referencias exactas
aunque quien escribe desvía la trayectoria paralela
para ser otro y ya siendo ese otro
nunca sea un sólo movimiento

Ninguno puede decir Él y otro
porque él y su proceso de transformación
son invención y reconocimiento:
sólo somos siendo otro.


8
De un poema concluido subsiste
frágil e instantánea –a veces-
una estrella ingenua que asciende
sobre nosotros e ilumina nuestros gestos
y aligera los pasos sobre las piedras.


9
A partir de los límites
de las palabras
de los árboles El trayecto
y del amor de los árboles más breve
son las frases del deseo de una sombra a otra
las sombras puede ser
blancas otra sombra
de otras palabras
otras
otras palabras
blancas

A partir de las palabras
y del amor de los árboles

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