miércoles, julio 05, 2006

Breve ensayo de una relación íntima

Un hombre encuentra en su correspondencia una carta sin remitente. Le informan que tuvo un hijo hace veinte años y que lo visitará en los próximos días. Pero un poco antes de que él vea la carta, su pareja decide abandonarlo. Son dos situaciones cruzadas. La mujer le reclama que la carta es quizá de una amante. Pero no parece importar. Él lee la carta sin expresión alguna. Es un don Juan acabado. Hace un recuento de las mujeres que amó en esa época. Tiempo y memoria se entrecruzan en el inicio de Broken flowers, película de Jarmusch que recibí como regalo y que vi en cama un sábado a mediodía.
Hace mucho que no me impactaba tanto una cinta. Esa perfección no visible, ese tempo exacto para contar cada uno de los detalles (Nabokov decía que la historia está en los detalles). Me explico. En los poemas que leo, en la música que escucho, en las piezas que veo siempre busco que se de una modificación interna en mí, una alteración que me permita luego reflexionar sobre lo sucedido. También está el placer, claro. La seducción que proviene de la obra, su artilugio para sacudir.
Ver sin apenas gestualidad a Bill Murray recibir esta noticia me generó una sensación extraña. El personaje tenía una ebullición interna a punto de brotar, pero el actor sostenía esto con aparente facilidad. Esos gestos, esas acciones internas, esos movimientos tan sólo perceptibles –no debería llamarlos minimales– y de una elegancia absoluta me hicieron reconfortar de nuevo con la cinematografía. Mejor dicho, con cierta manera de contar. No es qué me haya alejado del cine. Soy un asiduo lector de imágenes. Tan sólo creo que Jarmusch encontró el punto exacto para contar las historias que le interesan. Todo encaja a la perfección, la puesta en cámara casi invisible, la música, la historia, las actuaciones.
Veía Broken flowers y no podía dejar de pensar en la alteración que sufría, como me sucede al mirar las películas de Wong Kar Wai. Sí, pero en otro sentido. ¿De qué manera se instalan las imágenes en tu espíritu? Recuerdo el texto de Sergio Pitol en donde cuenta su llegada a Venecia. Ha perdido sus lentes o no los encuentra y todo lo ve con ese halo casi fantasmagórico que asalta a los miopes y astígmatas. Ver lo nuevo o lo mismo siempre con otros ojos. A eso aspiro como lector, como escritor.
Broken flowers vino a recordarme, al igual que al personaje, cosas olvidadas, momentos. En mi caso relacionados con una vocación perdida, con archivos casi muertos, con algunas películas vistas y que fueron detonantes para ciertos poemas, para ciertas ocasiones que se volvieron memorables, para guiones nunca escritos. Recordar eso me obligo a recapitular en actos cometidos, en decisiones que me llevaron a ser lo que soy ahora. No mejor, no peor. Tan sólo un cúmulo de acontecimientos. Pero también me recordó mi tantas veces negativa a tener un hijo. Debe pasarle a muchos hombres de mi edad. Cercanos a los cuarenta, o a mitad de los treinta para el caso. ¿Qué sucede cuando se negó siempre esa posibilidad y de pronto, sin pretenderlo ni buscarlo, alguien decide ser padre? ¿Cómo enfrentar este suceso? Eso quizá es lo mejor resuelto del filme, por eso funciona tan bien una puesta en cámara sin ruido, sin pirotecnia. Habría que preguntarse cómo hubiera resuelto esta historia otro director, o cómo la hubiera escrito otro guionista, pero son simples especulaciones. Está lo que hay, no más.
Aún hoy, esta noche en que intento aclararme algunas dudas, vienen a mi memoria varias imágenes de Broken flowers. Se deposita en lo profundo de la conciencia con una delicadeza total, casi Chejov, casi Carver.
Hacer una comedia de semejante problema, es la mejor manera de enfrentarnos a nosotros los espectadores con lo que veremos en la pantalla de un cine o en la intimidad de nuestra habitación. Alguien busca un hijo. Un acontecimiento, encuentros con el que se fue. Con ese que fuimos algún día. Al igual de Murray o su personaje. Tiempo. Memoria.
Ahora que lo pienso, en realidad estoy tratando de explicarme yo mismo. La película es un posible diálogo. Hay una conversación generada frente a eso que llamamos cine. Quizá desde niño me acostumbré a dialogar con lo visto. Tiempo y memoria. Las primeras imágenes que conservo son elementales: una mujer desnuda conduce una motocicleta Harley Davison por una carretera desértica y solitaria. Lleva atado su cabello castaño con una cinta y sólo la cubren unas botas cafés que le llegan a las rodillas. Los tonos ocres son los que priman pero aún recuerdo la piel, el vello de los brazos de esa chica. Tengo poquísimos años, no más de tres y cubro mi rostro. ¿Por qué ese es mi recuerdo, por qué los colores, el vello del brazo, la forma del seno son la presencia, el vago soplo de la memoria? La literatura también engaña, el cine también engaña. Estoy sentado en una butaca inmensa, a mi lado, un tío joven voltea hacia mí y me pide que me cubra. Eso lo recuerdo. Quizá él me sacó de casa de mis padres sin permiso, no lo sé. La carretera. La mujer. El ruido de la motocicleta. La música de fondo. La desnudez. La tersura.
Luego me volví un fanático que veía varias películas al día –todavía no era la época de las videocaseteras o los dvd’s-, después de clase, los fines de semana, en cualquier momento y pretexto. No importaba si era una de Kirk Douglas y luego una de El Santo y después, por azares de la suerte, una de los Hermanos Marx. Los días más felices eran los domingos. Matiné, a comer a casa, y regresar por la tarde al cine al programa doble. Allí, en la sala oscura definí mi vocación por contar historias. Mi niñez tuvo una afirmada inclinación cinematográfica. Desde entonces guardo datos inútiles de nombres de directores, actrices, músicos, escenógrafos, año de filmación, etc. Puedo decir que bajo el techo del viejo cine Reforma, en mi pueblo, me enamoré de infinidad de actrices. Les fui infiel cada domingo. Quizá por eso acostumbro ir solo a ver una proyección. Siempre que se puede. ¿Quién recuerda una película hongkonesa de un supermán chino?
La vida y los filmes son un cruce de caminos. Sólo con una vocación enorme se puede continuar al otro lado de la valla. En lo más difícil. Accidentadas laderas, declives pronunciados. La vocación sortea todo, pero hay que cruzar esa vaya.
Cuando era adolescente quería ser pintor, escritor y cineasta. Dejé de pintar y dibujar muy joven. Un día, el lápiz que tomaba con tanta facilidad para hacer trazo decidió no obedecerme. Después, agobiado y sin pensarlo, quizá escuchando alguna canción de moda, descubrí que escribir era fácil, hacia allí me fui. Tengo presentes los primeros poemas, igual que los primeros guiones.
Luego también, un día, los guiones se fueron. Ya no me interesaba hacerlos. Me parecía que eran flojos, con obsesiones baratas e historias recurrentes. Debo confesarlo, mi espectro de historias fue el mismo: un escritor, una mujer, un problema. No sabía contar otras cosas. Quizá sigo sin saberlo.
Un hombre recibe una carta. Este es el primer elemento del guión. Hay sucesos. Un destino. Lo inevitable. ¿Cómo empezar a escribir para la pantalla? En la escuela casi todos buscaban ser directores. El reflector de frente. Por las mañanas, en medio de la modorra, aprendimos los rudimentos técnicos de quien sabía. Entonces comenzamos a fijarnos en lo no evidente. Allí Jean Claude Carriere, Richard Price, Enio Flaiano, Tonino Guerra, Paul Schrader, entre otros. Miradas e historias. Maneras de contar.
También di clases, traté de enseñar a escribir eso que yo no podía hacer o que lo hacía para convertirlo en poema. Durante años dividía mis gustos, los clasificaba. Por un lado Tarkovski, Woody Allen, Fellini, Buster Keaton o Bresson; por otro Scorsese, Wilder, Lubitsch, Visconti o Buñuel. Descubrí después, no mucho después, que en realidad lo que me interesaba era una poética, una visión que enlazara mis dos placeres: cine y poesía.
La belleza cinemática tiene un efecto envolvente, como el acto de leer poemas en voz alta. Hay un poder de encantamiento. Una seducción, lo dije antes.
La memoria trae retazos de lo ido. Flashbacks aleatorios. Mi último guión lo lancé a una caja. Ahí debe estar. No me arrepiento de haberlo escrito. Quizá ahora haría otra cosa. Mentira. Hay lo que hay, no más.
Un hombre recibe una carta. Enciendo el televisor para ver de nuevo ese inicio. Broken flowers. Quisiera no hacer gestos. Mantenerme impávido. No es posible. El pasado irrumpe. Hay algo en quien fui que no se ha ido. Aún me sigo asombrando con una película, con un poema. Con el rastro de cierta música que proviene de las palabras, con las imágenes que son palabras o lo fueron. Simples gestos. Escribo y por inercia o decisión queda mucho fuera. Busquemos otra escena. ¿Interior o exterior? Dejo que la cinta siga, quito el volumen, apago la luz. Un hombre recibe una carta. Hay tantas historias que podrían surgir de ahí. Fade out. Punto final.

2 comentarios:

Unknown dijo...
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Unknown dijo...

Saludos,
desconocía que contaras con un blog. Me fascinó este texto que has escrito a partir de "Broken Flowers"... dos cosas me agradarían, una saber si hay posibilidades de publicarlos en "La Voz" en próximo número, dos establecer algún tipo de contacto, de menos electrónico... hasta luego